La formación del jesuitaIgnacio de Loyola tenía claro que su deseo más profundo era identificarse con Jesucristo. Lo que no tenía tan claro era cómo hacerlo ni qué medios utilizar para emprender este desafío. Así, en una época de grandes debates eclesiales y de críticas al clero, Ignacio cae en la cuenta de que si quería entrar en diálogo con los demás para hablar de Dios, debía estar bien formado. Por ello es sumamente cuidadoso de su vida espiritual, y por ello va también a la universidad, de Alcalá a Salamanca, hasta recalar en la Universidad de París.

 Ignacio vio claro la necesidad de una formación de calidad debido a su propia experiencia y a la experiencia de sus compañeros, los primeros jesuitas, quienes gracias a su buena formación, pudieron ser enviados a misiones de gran responsabilidad por el bien de la Iglesia. Desde entonces el joven jesuita debe seguir una formación exigente y prolongada. Todo este proceso se basa en el equilibrio de cuatro dimensiones: la vida espiritual, la vida de estudios, la vida comunitaria y la vida apostólica.

 Aunque no todo jesuita va a dedicarse a la vida académica, todo jesuita debe estar listo para vivir en permanente formación, abierto al diálogo fundamentado pero sin fundamentalismos, en diálogo con la cultura y la sociedad actuales. El diálogo con la cultura no es solo una característica de la Compañía sino que se enraíza en la tradición de la Iglesia.

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