El P. Carlos Cardó SJ, Párroco de «Nuestra Señora de Fátima» (Miraflores, Lima) y antiguo Asistente del Superior General de los Jesuitas para América Latina Meridional, comparte con nosotros sus expectativas ante el pontificado de Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

1. Nomen est omen: el nombre es destino

«Francisco, ve y repara mi casa, que, como ves está toda en ruinas». Fue la voz del Crucificado que el Poverello de Asís escuchó cuando oraba en la pequeña capilla de San Damián. Reparar y renovar una Iglesia amenazada por la decadencia, los escándalos y las divisiones internas.

Para lograrlo, Francisco opta por despojarse de todo aquello que puede situarlo en un nivel de superioridad y dominio, lejos de sus hermanos. Escoge a cambio la pobreza evangélica porque ser pobre según el evangelio es ser libre para servir desinteresadamente, rechazar todo aquello que puede estorbar las relaciones con los demás, capacidad de sentir como propia la necesidad del otro, vincular, no dividir, ser pacífico y fraterno con todas las criaturas.

Asís, su lugar de nacimiento, es hoy un símbolo de la paz mundial y del encuentro ecuménico con todas las tradiciones religiosas. Francisco quiso acercarse a todos, dialogar con todos, incluso con el Sultán de Constantinopla. Y su largo y trabajoso empeño por la paz le dejó abiertas en su cuerpo las heridas de Cristo, los estigmas de su pasión. La renovación de la Iglesia y del mundo no es tarea fácil.

Al adoptar el Cardenal Jorge Mario Bergoglio el nombre de Papa Francisco, sabe bien que este es su camino y su destino, su modo característico de proceder y la meta a la que debe llegar y ayudar a llegar a la Iglesia. Cuando le preguntan por qué se llama Francisco él responde con unas palabras inolvidables:

“… En relación a los pobres pensé en Francisco de Asís. Después, pensé en las guerras, mientras el escrutinio proseguía, hasta contar todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. El hombre que ama y custodia la creación, en este momento en que nosotros tenemos con la creación una relación no muy buena, no? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre. ¡Ah, cómo querría una Iglesia pobre y para los pobres!”.

Jorge Mario Bergolio es jesuita. La espiritualidad franciscana y la ignaciana armonizan muy bien. Siempre, desde San Ignacio, que se convierte a Cristo después de leer la vida de San Francisco, ha habido muy buenas y estrechas relaciones entre ambas órdenes. Ambas nacen en épocas convulsionadas y de grandes cambios como la nuestra actual. Francisco se movía a impulsos de la utopía divina del amor gratuito y desinteresado, que no se deja atrapar por las cosas materiales. Ignacio vivía la utopía también divina de la misión, que exige libertad: libres para amar, libres para servir en las fronteras religiosas, culturales, socioeconómicas. Ambos, Francisco e Ignacio, vuelven a la fuente, se nutren en la fuente más transparente, fresca y radical del cristianismo: las Bienaventuranzas.

Al escoger el nombre, ha escogido un destino.

2. Obispo de Roma

Así le gusta presentarse y este gesto tiene un importante contenido teológico. El concilio Vaticano II afirma que la responsabilidad del Papa se une íntimamente a la del colegio de los obispos. Porque así como por disposición del Señor, Pedro y los apóstoles formaban un solo Colegio apostólico, así se unen el Papa, sucesor de Pedro, y los obispos, sucesores de los apóstoles, con el vínculo de la unidad, la caridad y la paz (Lumen Gentium 22). Pero el Papa no es sólo un primus inter pares, primero entre iguales, como reclaman algunas iglesias ortodoxas. Según la doctrina católica, el obispo de Roma, sucesor directo de Pedro, tiene una función de presidencia efectiva sobre toda la Iglesia, “plena, suprema y universal potestad” (LG 22). Por ello tiene autoridad para definir los asuntos debatidos y tomar la última decisión en cualquier materia doctrinal, moral o disciplinar. Por ejemplo, si se pusiera en el tapete la cuestión del sacerdocio para casados, o la comunión para los divorciados, o cosas de este estilo que actualmente se debaten, el Papa tendría que ser quien las defina. A Pedro se le dieron las llaves, es decir, la autoridad para definir y sancionar, afirmar o negar, incluir o excluir en materia doctrinal y disciplinar dentro de la Iglesia de Cristo.

Esto, sin embargo, no significa que la función del Vicario de Cristo pueda reducirse simplemente a la de una instancia de última apelación. En su labor magisterial el Papa no actúa solo y por su cuenta. Él sabe muy bien que, en la búsqueda de la comunión eclesial, a la hora de definir la interpretación de los contenidos de la fe y de la moral cristiana, tal como se nos han transmitido en la Sagrada Escritura y en la enseñanza de los apóstoles, es de vital importancia contar con el sentido de la fe de los creyentes (sensus fidelium) y con la teología. Por ello el concilio Vaticano II insiste en la estrecha articulación que debe procurarse entre el magisterio del colegio apostólico con su cabeza, que tiene la “misión de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida” (Dei Verbum 10; cf LG 25), y el magisterio “interior” del Espíritu, presente en todos los bautizados, por su participación en la función profética de Cristo y de la Iglesia (cf LG 12.35.37; DV 8). Hay, pues, según el Vaticano II, la necesidad de complementariedad entre Iglesia docente y discente en el ejercicio de la corresponsabilidad eclesial.

Pedro fue el primero entre los Doce apóstoles porque Cristo personalmente lo eligió y por eso lo hizo el primer testigo de su resurrección, como reconoce San Pablo (1 Cor 15, 3-5). Pedro es el testigo singular, el referente. Y debe también ejercer una misión de animación y de unión dentro del mismo cuerpo de la Iglesia. Esto es de suma importancia porque la fe, que él ha de testimoniar y promover, no se limita a un conjunto de ideas o doctrinas, normas y reglamentos, sino que es fundamentalmente y ante todo una manera de vivir que brota de una relación personal con Cristo.

Es competencia del obispo de Roma, además, fomentar la participación de los obispos en la conducción y guía del pueblo de Dios, es decir en el gobierno pastoral de la Iglesia. Al igual que el vínculo estrecho que une al obispo de Roma con el colegio episcopal, el Vaticano II (LG 23) pone de relieve el vínculo efectivo que debe darse entre Roma y las iglesias locales (diócesis), entre lo universal y lo particular. Es la llamada “colegialidad”, que incluye entre otras cosas, comunicación, mutuo conocimiento y respeto de la diversidad, adaptabilidad, intercambio de experiencias, diálogo en los niveles de decisión, todo esto en un marco de respeto a la autoridad y búsqueda continua de la unidad.

Hay que reconocer, sin embargo, que la puesta en práctica del principio de la colegialidad ha sido siempre problemática. Falta aún mucho camino por recorrer para hacer realidad los planteamientos establecidos por el Concilio Vaticano II, que abrió la puerta a una mayor participación en el gobierno, a una mayor autonomía de las iglesias locales, a un verdadera inculturación de la presencia y tarea de la Iglesia en las diversas regiones del mundo, a una efectiva colegialidad en todos los niveles del gobierno, de la enseñanza, de la transmisión del mensaje cristiano y de la liturgia. Todas estas perspectivas de reforma parten del supuesto de que no todos los problemas y cuestiones se pueden resolver a nivel planetario o universal y que es lógico suponer que una decisión puede convenir en un lugar pero no en otro.

No se trata de empobrecer o debilitar la figura del Papa, sino de buscar –en una sociedad globalizada– la manera de mantener intacto el rol preponderante que le corresponde al ministerio petrino (al servicio del Papa), sin el cual simplemente no se conservaría la unidad, pero dando al mismo tiempo efectiva responsabilidad a las iglesias locales. La insistencia con que el Papa Francisco se ha querido presentar a sí mismo como “obispo de Roma” (y no como Papa o Sumo Pontífice), lejos de ser un simple detalle formal de tratamiento, permite suponer que el tema de la participación colegial está presente en su pensamiento.

3. La problemática eclesial

Sería ingenuo pensar que la problemática de la Iglesia actual, con toda su carga de escándalos, que probablemente la han conmovido más que cualesquiera otros problemas producidos en los últimos cinco siglos, no haya influido decisivamente en el discernimiento hecho por los cardenales para elegir a la persona más adecuada. Abusos sexuales causados por el clero, silencio cómplice de muchos obispos y superiores, utilización malévola, satánica del escándalo con fines lucrativos, amén de todo aquello que se ha producido en el corazón mismo de la Iglesia y que ha llenado las páginas de los periódicos no sólo de la prensa amarilla, respecto a la administración de las finanzas del Vaticano acusada de permisividad respecto al lavado de dólares…, todo eso inevitablemente causa desánimo y dolor, dolor filial y familiar, y hace que uno se pregunte: ¿qué hacer para que la Iglesia recupere aquello que por esencia es y debe seguir ejerciendo con absoluta credibilidad: Maestra de conciencias, luz de las naciones, Mater et Magistra? Este tipo de preguntas y muchas otras más que Uds. se han planteado o han oído plantear a sus hijos respecto a la autoridad moral de la Iglesia en la sociedad actual han constituido la atmósfera cargada dentro de la cual se celebró el Cónclave en el que se eligió a Jorge Mario Bergoglio.

¿Y quién es Jorge Mario Bergoglio Sivori?, ¿qué conocimiento de él tenían los cardenales?, ¿qué han podido ver en él para considerarlo el más adecuado en estos momentos cruciales que vive la Iglesia?

Ante todo un hombre que ha vivido una densa experiencia de gobierno y ha sido preparado por Dios a lo largo de ella, haciéndolo capaz de superar limitaciones y errores humanos (¡quién no las tiene y quién no los ha cometido!), fortaleciendo su voluntad y capacidad de ejercer la autoridad, desarrollando al mismo tiempo todo ese talante de bondad (ternura, le gusta decir a él), sencillez y cercanía que expresa con el lenguaje espontáneo y no verbal de sus gestos cotidianos.

Fue superior provincial de los jesuitas en Argentina durante el gobierno de la Junta Militar, época terrible… Versiones radicalizadas de la Teología de la Liberación llevaban a miembros del clero y religiosas a comportamientos no siempre prudentes y sensatos. Él opta por “cerrar” la provincia y desactivar los centros sociales y obras en las que se podía incurrir en problemas de orientación y caer en el riesgo de ser intervenidos por los militares. Su modo de gobierno se endureció, la provincia se dividió. Uno de los hechos más dolorosos ocurridos en esa época fue el arresto y tortura de dos jesuitas, Orlando Yorio y Francisco Jalics, atribuidos injusta y tendenciosamente a Jorge Mario Bergoglio por Horacio Verbinsky, un periodista vinculado al gobierno Kirchner. Hace unos días un amigo personal de Orlando Yorio, refiriéndose a lo difícil que debió ser para el Provincial Jorge Mario Bergoglio el gobernar a los jesuitas argentinos en aquellos años funestos, llega a la siguiente conclusión: “Tener responsabilidades institucionales y sobre personas es terrible. Es una permanente elección del mal menor en pleno frente de batalla. No son disquisiciones en escritorio confortable. Hay quienes hacen gárgaras con los dolores ajenos. Que se animen a presentar pruebas y no suspicacias”.

Se ha dicho en algunos medios de prensa que los Superiores de la Compañía silenciaron a Bergoglio después de ser provincial, confinándolo en Córdoba. Lo cierto es que, después de confiarle el cargo de rector de las facultades jesuitas de teología y filosofía en Buenos Aires, se le envió a Alemania para hacer un doctorado en teología y luego a Córdoba para escribir su tesis doctoral y trabajar pastoralmente. En su segundo año en esa ciudad, el 20 de mayo de 1992, es consagrado obispo y a partir de entonces pone de manifiesto una serie de cualidades humanas y espirituales que antes, en su época de provincial, no se le habían apreciado. Todo lo que se dice de él es cierto: que está cerca de los pobres, que quiere y atiende a sus curas enfermos o cansados, que vive pobremente y se prepara él mismo la comida, que prefiere movilizarse en transporte público, que la gente lo quiere por su bondad y sencillez, que es valiente a la hora de denunciar la corrupción pública, defender los derechos de las personas y reprobar el aborto, la eutanasia, la trata de personas…

Como Arzobispo de Buenos Aires y Cardenal muy pronto se da a conocer en el episcopado latinoamericano. Su fama de hombre espiritual, “contemplativo y místico”, como dice el Card. Juan Luis Cipriani, circula de boca en boca. En la última Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida, Brasil, el año 2007, su actuación fue determinante: presidió la comisión encargada de redactar el documento conclusivo que recoge las orientaciones dadas por los obispos para la tarea evangelizadora de la Iglesia en nuestro continente.

En resumen: es hombre de gran experiencia, madurado en el sufrimiento, resistente a crisis y situaciones de conflicto, espiritual, honesto, humilde, firme y valiente.

4. La Curia Romana

Para el ejercicio de sus funciones, el Papa cuenta con la llamada Curia Vaticana. Por eso es lo primero que el Papa Francisco ha tenido que enfrentar. Son los organismos ejecutivos y de consejo inmediatos con que habrá de contar para realizar sus planes. O lo respaldan, animan y asesoran bien o lo obstaculizan, traban sus decisiones y pueden llegar hasta maniatarlo. La historia da ejemplos de todas estas posibilidades que se le pueden presentar.

¿Qué es la Curia? Una compleja institución encargada de hacer efectivo el gobierno papal en todos los ámbitos de la vida eclesial. Está compuesta, en primer lugar, por el organismo más cercano al Papa, la Secretaría de Estado, que cuenta con dos secciones: una dedicada a las relaciones con los Estados y otra para todo lo referente al gobierno interno de la Iglesia. Debajo del Papa y del Secretario de Estado hay nueve Congregaciones o dicasterios, semejantes a los ministerios, y doce Consejos Pontificios. Se cuenta con tres organismos de administración y finanzas, tres tribunales, la Biblioteca Vaticana, los Archivos Vaticanos, la Sala de prensa y la Prefectura de la casa pontificia.

¿Burocracia? El problema no es ese. Podría haber aún más dependencias dada la magnitud y complejidad de la vida y acción de la Iglesia católica en todo el mundo. El problema es el personal, su distribución y su selección. Hay Congregaciones con muy pocos funcionarios y no todos idóneos ni todos encargados de funciones realmente ejecutivas. “Hay en la Curia numerosas personalidades eminentes” sin duda, como ha afirmado el Card. Julián Herranz, pero también es verdad que hay mucha mediocridad en las oficinas. Por eso tardan tanto las gestiones y se acrecienta -a veces sin la debida coordinación- la producción de documentos.

Un asunto especialmente problemático porque refleja la disfuncionalidad de la actual organización y la inadecuada administración del personal es lo referente a los Nuncios. Hay más de 180 representaciones diplomáticas (Nunciaturas) de la Santa Sede en el mundo, sólo le superan los Estados Unidos, pero todas convergen en la Secretaría de Estado que además de las relaciones con otros Estados tiene que gestionar también los asuntos internos de la Iglesia, como ya hemos dicho. El “embotellamiento” de los problemas es inevitable. Añádase a esto el hecho de que no todos los nuncios que egresan de la famosa Academia Pontificia demuestran igual nivel de capacitación.

Todo esto hace desear un nuevo sistema de reclutamiento y selección del personal para los distintos organismos del gobierno central de la Iglesia, un sistema que tenga en cuenta el bien del conjunto, que no esté condicionado por intereses personales o de grupo (se ha llegado a distinguir bandos entre los funcionarios), y que tenga como exigencia principal la adecuada preparación y capacidad espiritual y profesional de los candidatos. La Curia Vaticana no es un organismo cualquiera de gobierno. Desde el punto de vista cristiano, ella está al servicio de la mayor de las causas: la realización de la misión evangelizadora confiada por Cristo a Pedro y los Apóstoles. Por eso se la llama la Santa Sede Apostólica y ha de demostrar con transparencia que realmente lo es, no una plataforma administrativa sobre la cual se generan y canalizan centros de poder y, por tanto, ambiciones en la carrera eclesiástica.

5. Aspiraciones

Dejando volar la imaginación o dando libre cauce a nuestros deseos, podríamos decir que esperamos del Papa Francisco y rogamos a Dios: 

Que sea por encima de todo un signo vivo del evangelio en el mundo y, en particular, de la buena noticia para los pobres. Es decir, que sea capaz de lograr lo que dijo en su primera declaración: “¡Ah, cómo querría una Iglesia pobre y para los pobres!”.

Que convenza al mundo de la fuerza transformadora de la humildad. No se cree en el valor humildad porque se cree únicamente en el valor poder, fuerza, riqueza material. El Papa debe ser ante todo un hombre, no debe ocultarlo bajo el ropaje de la grandeza y suntuosidad. Ha de recordar que sigue a un hombre llamado Pedro, que, por negar a su Señor, pudo reconocerse pecador amado y enviado a confortar a sus hermanos. No por ser humilde Pedro deja de ser grande, el elegido del Señor. No porque el Papa deje el oro y los zapatos rojos va a dejar de ser el Vicario de Cristo en la tierra, mediación histórica de la presencia siempre viva de Jesús el Buen Pastor. Esa es su gloria y su desafío. Porque como dice la teóloga Dolores Aleixandre no hay que confundir “la dignidad con la magnificencia y lo solemne con lo suntuoso”.

Que promueva una efectiva nueva evangelización que ha de comenzar por la reforma espiritual de la Iglesia misma, ha de reflejarse en el ardor místico y santidad de sus pastores, y ha de llegar a la transmisión de un mensaje de vida y esperanza, no de tantas normas y prevenciones que hacen de la predicación no el kerigma de la salvación sino una tediosa e ineficaz exhortación moralista. Al hombre secularizado de hoy no le va a mover eso; le atraerá, sí, el testimonio de las personas que viven lo que predican, y la calidad de su predicación que toca la vida de sus oyentes. Y que no olvide la sabia intuición de su gran predecesor Paulo VI quien, en su encíclica sobre la evangelización justamente, Evangelii nuntiandi, recordó a la Iglesia que la característica esencial de la evangelización es el diálogo.

Que sea realmente un pastor, que gobierne y guíe, con capacidad de decisión para purificar y reorganizar instituciones y enseñar a ejercer el único estilo de gobierno que Jesucristo estableció para su Iglesia en todos los niveles de ella: el gobierno como servicio; o como el mismo Papa Francisco lo manifestó en la homilía de inicio de su Pontificado: “El verdadero poder es el servicio”.

Que prosiga con su misma fuerza de decisión la política de “tolerancia cero” de Benedicto XVI para erradicar de la Iglesia el cáncer de la pedofilia y de todo abuso que hiere a las personas, y asimismo para hacer pasar por un estricto sistema de control ético a la administración del dinero del Vaticano, que en buena parte es fruto de la generosidad de los fieles y está destinado a los pobres del mundo. 

Que se acerque a las otras familias religiosas del mundo y haga que ellas se acerquen fraternalmente a los cristianos, especialmente el Islam.

Y, para terminar, quisiera proyectar la imagen de Francisco de Asís ante el Papa Inocencio y del Papa Francisco ante Francisco de Asís. Al ver ante sí a Francisco, el Papa Inocencio III desciende de su trono, se acerca al Poverello, le toma de las manos, se arrodilla ante él y le besa los pies. Como alguien ha dicho, aquello significó la alianza de la Iglesia con la palabra viva del Evangelio. Jorge Mario Bergoglio, al adoptar el nombre de Francisco, repite el gesto de su predecesor Inocencio, pone a la Iglesia al servicio de los valores del Evangelio, hace actual lo que el pobre de Asís representa para la Iglesia y se postra ante él para “reparar” a la Iglesia de Cristo, revistiéndola para ello con el manto de la pobreza, sencillez, humildad y amor a los pobres.