El pasado 27 de abril la Iglesia Católica ha vivido un acontecimiento sin precedentes: 2 Papas han sido canonizados en una ceremonia presidida por el actual Papa, acompañado de su predecesor. Pero, ¿qué tienen en común Juan XXIII y Juan Pablo II, además de haber sido canonizados el mismo día? Quisiera detenerme en aquello que une a estos Papas y que, además, mantiene la continuidad con el Papa Francisco: el Concilio Vaticano II. Y, curiosamente, quienes nos pueden ayudar a entender mejor este vínculo son los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, el grupo cismático al interior de la Iglesia Católica, fundado por Monseñor Marcel Lefebvre en 1970, opuestos rigurosamente al Concilio Vaticano II. El domingo 13 de abril, en la celebración del Domingo de Ramos, los miembros de esta Fraternidad hicieron público un comunicado señalando que la canonización de ambos Papas planteaba un problema de conciencia para los católicos del mundo entero porque no podían ser canonizados quienes habían promovido el Concilio, responsable de la “autodestrucción de la Iglesia”. El gran temor de este grupo opositor es que, al canonizar a estos dos Papas, lo que se está haciendo en realidad es “canonizar al Concilio”.

¿Y por qué tanto problema con el Concilio? Para quienes no hemos vivido antes del Concilio no nos debe llamar tanto la atención, pero la Iglesia no era la misma antes de él. El Concilio Vaticano II promovió diversos cambios, algunos de los cuales se han puesto en práctica de inmediato, otros han sido ralentizados, y otros aún siguen esperando su desarrollo. Lo real es que a partir del Vaticano II el papel de la Iglesia en el mundo cambió. Se abrió al diálogo con aquellos fuera de la Iglesia (Ecumenismo), se planteó formas nuevas de vivir la expresión de la fe (Liturgia), se retomó el tema de una aproximación más democrática al interior de la Iglesia (Colegialidad). Todo aquello que a nosotros nos parece ya incorporado, ha sido novedoso. Y a muchos no les gustó y todavía no les gusta.

Hoy en día a nadie se le puede considerar hereje por hablar de ecumenismo y diálogo interreligioso. Que la Iglesia reconozca que hay una presencia de Cristo que subsiste en las comunidades cristianas no católicas y que además hay elementos salvíficos en estas comunidades, es un avance que no podemos desdeñar. Los críticos del Concilio Vaticano II cuestionan que desde entonces haya una concepción ecuménica de la Iglesia, abierta al diálogo con otras comunidades no católicas. No, ya no podemos decir que solo dentro de la Iglesia hay salvación. Tanto Juan XXIII -al aceptar representantes de otras confesiones en algunas sesiones del Concilio- y Juan Pablo II -promoviendo los encuentros de Asís- han permitido seguir avanzando en este campo.

También se critica la concepción colegialista y democrática de la Iglesia. El Vaticano II promueve la colegialidad de los obispos, algo que no es nuevo en la Iglesia sino que se remonta a sus orígenes. Sin embargo, para los críticos cismáticos, lo que ello ocasiona es la pérdida del poder del Papa. Y si hay algo que ha hecho el Papa Francisco desde que ha llegado a Roma es referirse a sí mismo como “Obispo de Roma” y no como “Sumo Pontífice”, en tono con el espíritu colegiado del Vaticano II.

Los mayores cuestionamientos se refieren sobre todo al tema litúrgico. Hoy ya no escuchamos la misa en latín, sin poder entenderla, hoy todos celebramos la eucaristía en la lengua original de cada lugar. Los ritos litúrgicos buscan acercar a la gente a expresar sus sentimientos religiosos a partir de sus propios espacios culturales. Y eso, a esta agrupación disidente, no le parece bien. Como tampoco el hecho de que la Iglesia haya establecido un modo distinto de relacionarse con los Estados, reconociendo el derecho de todo ser humano a no ser discriminado por cuestiones de su credo, sin pretender obligarlos a creer en la religión cristiana católica.

Al ver justamente aquello que más les afecta a quienes siguen aferrados a las enseñanzas del Papa Pío X, y que no aceptaron los cambios planteados por el Concilio Vaticano II -la máxima autoridad a nivel de doctrina de la Iglesia en el siglo XX- podemos darnos cuenta de lo contemporáneo de los planteamientos del Vaticano II, que plantea un modo de ser Iglesia en constante diálogo con la cultura actual. No más ataques al modernismo, como ocurrió antaño. No de espaldas al mundo, sino en diálogo con él. Ese es el gran milagro de Juan XXIII, de haber abierto las ventanas de la Iglesia al soplo del Espíritu, un Espíritu renovador. Y el mérito de Juan Pablo II es haber dado continuidad a esta empresa, a aplicar en el derecho canónico y a nivel litúrgico, lo propuesto por los padres conciliares. Y esta continuidad entre ambos Papas es algo en común con el Papa Francisco, quien nos hace vivir día a día a través de sus gestos y palabras aquello que el Vaticano II buscaba, tener una Iglesia más humana, más cristiana. Que las ventanas abiertas por Juan XXIII sigan dejando entrar el soplo del Espíritu aún con más fuerza.

Texto publicado en la edición on line del Diario La República.
Víctor Hugo Miranda, SJ
P. Espiritual del Colegio de La Inmaculada y Coordinador de la Pastoral Juvenil y Vocacional