Como buen jesuita, el peruano José Francisco Navarro busca testimoniar su fe en las fronteras de la existencia humana. Y lo hace visibilizando lo que él denomina como “paisajes depredados y paradisíacos”; espacios convertidos en marginales por un sistema globalizado que los aboca al peligro de extinción. Pero, si algo hace especial esta acción, que hereda su pulsión de la literatura, la música y su propia experiencia en los extrarradios de las desnaturalizadas urbes de Perú, México y Brasil, es su carácter profundamente revolucionario: “Hoy prevalece un arte prostituido, dirigido a las élites, aristocrático y clasista, que solo se mueve en ciertos ámbitos exclusivos. El verdadero arte es el que busca transformar su realidad y da cuenta al mundo de los procesos de cambio que en él se dan. En mi caso, mi apuesta es por lo vulnerable, por lo que está por desaparecer”.

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