Después de una agitada vida, de andar todo el tiempo a prisa, para llegar de todos modos siempre tarde, el confinamiento obligado en las paredes de la casa, o a lo sumo en el reducido perímetro de un solar, necesita saber administrarlo para no caer en el estrés extremo del encierro. Después de los primeros días dentro de casa, me provoca compartir estas pequeñas experiencias que van dejando estos tiempos que ya tienen su virus coronado:

1. El descanso

Es una oportunidad para valorar el tiempo sin la carga de una agenda. Sencillamente echarnos por un rato en una cama, estirar las piernas en una silla o despatarrarnos en una hamaca, sin el escrúpulo de que estamos robando tiempo al tiempo ni quedarnos para nosotros con unos minutos, o un par de horas, en detrimento de la agenda que tenemos en el trabajo o en el equipo.

2. La Lectura

Es una oportunidad para dejar por un buen rato ese aparato que controla nuestras vidas, descansos, mentes y corazones. Siempre está al acecho, pero quizás nunca podremos tener otro tiempo más oportuno para otros menesteres, tan hermosos en otros tiempos amenazados por otros virus, y tan perdidos en estos tiempos de falsas realidades. Vamos, agarremos esa otra fantástica realidad de la novela, del cuento, de la historia, incluso la mal narrada. Agarremos de nuevo ese mamotreto, ese manojo de hojas llenas de letras y tan hondos contenidos. No tengamos miedo con toparnos con una novela de García Márquez, Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Ángela Mastretta, Isabel Allende, Milán Kundera, o volver a aquellos clásicos rusos o hispanos que moldearon tan hermosamente la cultura de muchas generaciones que nos ayudaron a soñar con un mundo utópico y a la vez con los pies muy bien puestos en la tierra. No, no agarren un libro sobre el Estado de Derecho, ni esos gruesos de teología o de política, esos pueden esperar, para eso están los armarios para guardarlos al menos por un tiempo para próximas consultas. Me refiero a reconciliarnos con las páginas que embrujan, contagian y enamoran, no las que asustan y espantan.

3. Valorar el mundo desde lo pequeño

Tan afanados que andamos por el análisis de contexto, del fenómeno de la migración, de las terribles violaciones a los derechos humanos, y de rebuscadas fraseologías marcologistas (“Es pertinente si alcanzamos experticia como veedores de los estándares y términos de referencia que exige el EPU…” y a buscar más palabras tan cercanas a los eruditos que exponen en los grandes hoteles, y cada vez más lejos de la cotidianidad de la gente), que en este tiempo tenemos la oportunidad de quedarnos en las pequeñas narraciones (aunque no narremos nada) domésticas, de valorar las ocurrencias de las niñas y niños, el cantar de los gallos y el estridente ladrar de algún perro. La vida no se construye ni se reduce solo desde arriba, desde las cúpulas, desde la academia, ni desde un buen reportaje ni desde el escrito de un análisis. Esa es apenas una parte, y no la más importante de la existencia. La vida se hace, se rehace, se redescubre, renace primordialmente desde los pequeños detalles. Es muy probable que no volvamos a tener una nueva oportunidad –fuera de las planificadas vacaciones– para redescubrirnos desde esa incesante pequeñez, que en este tiempo de encierros obligados.

4. Las relaciones familiares

Al andar de prisa y con los minutos contados y recortados, pasamos también corriendo por el tacto y contacto con los seres que conforman nuestro espacio más humanamente familiar (o comunitario). Es cierto que amamos y las familias y compañeros me aman, pero la convivencia es cada vez más escasa y a la carrera. Este tiempo es oportunidad para conversar con algo de más calma, para tomarnos con tranquilidad un café con pan, y ver juntos los problemas. Hasta oportunidad para conocernos en nuestras propias miserias y caracteres, con nuestras mañas y con nuestras malas pulgas. Y así confirmar, desde la tranquilidad de un tiempo nuestro, cuánto nos necesitamos y no amamos. Y hasta tener la oportunidad de pronunciarlo.

5. El jardín, las flores, las plantas

Claro, para esto hay que tener un pequeño patio, pero si no, quizás en la habitación o en la cocina quizás tenemos algún cactus, es tiempo para gozar de esa pequeña naturaleza, así como la estoy viendo yo en este instante que escribo. Observo un hermoso siembro con unas hermosas hojas rojas alargadas, y me hace caer en la cuenta que hace 16 años yo mismo, en un domingo de aburrimiento, lo sembré. Pero tenía 16 años de no volver la vista a este siembro tan generoso. Y a la par hay otras plantas con flores. Y si acaso la vida nos da tiempo en estos días, hasta podríamos sembrar algo para que un día –cuando nos caiga otro descanso obligado, si es que sobrevivimos a este virus coronado de amenazas–, observemos el fruto de nuestra siembra en tiempos de un feroz confinamiento.

6. Cocinar cosas ricas y sencillas

La cocina –pensamos– es asunto de quienes pasan en el espacio doméstico, no para quienes andamos con la compu eternamente bajo el brazo. Y no es que hoy no carguemos este bicho, pero es tiempo también para acercarnos, quizás con timidez, a la estufa, y dispongamos de paciencia para cocinar no solo un huevo, sino probar con algún bocadillo que inventemos para saborear y compartir con quienes convivimos en este encierro inevitable. La comida se convierte en oportunidad para saborear los gustos, y desde la sencillez recrearnos en la amistad y la ternura que se alimentan del calor de un hogar frecuentemente abandonado por tantas agitaciones cotidianas a las que vivimos sometidos.

7. Relativizar problemas y ver el mundo desde lo que uno puede abarcar

Ah el mundo!, con sus problemas y complejidades. Y nosotros que nos lo creemos, y un virus invisible nos ha puesto en jaque mate. Y un virus nos advierte que todo es relativo, que hoy andamos cargamos de objetivos y una agenda atiborrada de asuntos, y de un momento a otro, se nos puede oscurecer la vida entera y acabar en lo que somos, una simple ceniza. Amémonos y gocemos de la vida, en su hermosa dimensión creadora, que si no, en el menor de los descuidos, quedaremos sin un solo de nuestros suspiros…Y entonces, en el encierro uno puede darse cuenta que de pronto para todo hay tiempo, que para todos da Dios, menos en el arrebato de la prisa que nos hace llegar siempre tarde. Hay tiempo para con calma agradecer a Dios hasta por el regalo de estar en este tiempo recluidos, rehaciendo y renaciendo a una vida que nos seguirá esperando, porque a fin de cuentas, esto del virus, si es que no nos mata antes, pasará y hemos de retornar a las prisas y a las agendas y a las consultas de los pesados libros. Pero mientras agazapado nos esté esperando ese retorno, vivamos con intensidad este tiempo, y guardemos lo mejor que nos deja para llevarlo a la agitada vida en tiempos de la “globalizada normalidad”. Por ahora, sigo disfrutando de este tiempo de obligado encierro, hasta para escribir tonterías aparentemente inútiles…

Por el P. Ismael Coto Moreno, SJ

Director del Equipo de Reflexión, Investigación y Comunicación, Eric-sj y Radio Progreso (Honduras)

Fuente: CPAL SOCIAL