Nos ha venido de repente una situación inesperada. Y reaccionamos ante ella de muchas formas, según es cada uno y según la capacidad de reflexión con que asumamos la situación.

Es importante que no la vivamos simplemente con resignación, ni tampoco con irritación; hay que reaccionar valientemente con la fuerza de nuestro ser personas y encontrarle también un sentido.

Muchos cristianos se encuentran un tanto descentrados porque ya no hay misa, y es verdad que la participación en la misa es algo importante en la vida cristiana, pero tanto o más que en los ritos, Dios habita en nosotros y hay que darle a Dios una adoración interior, en “espíritu y en verdad”. Justamente el domingo que ha pasado leíamos en el evangelio la larga conversación de Jesús con la Samaritana, y ahí decía la mujer:

«Señor, veo que eres un profeta.

Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».

Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.

Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.

Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.

Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».

Hay que hacer una misa en nuestro propio corazón. Es momento de hacer todo con más sentido. Jesús no se ha quedado inmóvil en el templo, Él ha volado a nuestra casa para ser compañero de nuestro encierro, porque Dios habita en nuestro corazón.

Y junto con esto es importante también darle un sentido al cumplimiento de las normas dictadas por el gobierno. Hablamos de tener caridad con el prójimo, de que hay que amar al prójimo; precisamente por eso debemos guardar las normas del gobierno: porque amo a mi prójimo, no quiero ser motivo de contagio, me defiendo para no contagiarme y no extender el mal. Y por eso no salgo a la calle porque amo a mi hermano. No se trata solo de practicar una virtud cívica sino una virtud cristiana.

P. Adolfo Franco, SJ