Compartimos el testimonio de Arturo Estrada Acosta, jesuita mexicano estudiando teología en Brasil, donde relata su experiencia de encuentro con migrantes de origen haitiano en el país amazónico.
Desde que me destinaron a estudiar teología a Brasil, supe que aquello iba a ser un reto: nueva cultura, nuevo idioma, nuevo estilo de ser jesuita. Y no me equivoqué, los primeros meses fueron desconcertantes y duros, muchas veces me pregunté qué estaba haciendo aquí, mientras en otras gozaba la delicia de estar en medio de una nueva cultura que es fascinante. Sin embargo, en medio de eso, una certeza era clara: vivir con jesuitas de toda América Latina inflamaba mi corazón. Esto me llevó a una búsqueda personal y comunitaria, que fue acompañada por la claridad de que el Señor pedía más de mí, me invitaba a ir más allá de mis prejuicios, a dejarme sorprender por la realidad, y que al mismo tiempo, me llamaba a soñar la Compañía junto con otros.
Fue en este contexto que un compañero jesuita me invitó a dar clases de portugués dos horas a la semana a inmigrantes haitianos que estaban llegando a la ciudad. Mi primera reacción fue de extrañeza. ¡Un extranjero dando clases de una lengua que no es la suya a otro extranjero! Qué cosa tan absurda, pensé. Sin embargo acepté el reto, tal vez porque en el fondo creía que más allá de lo que pudiera saber de la lengua portuguesa , tenía algo que compartir, una experiencia que transmitir. Y nuevamente, no me equivoqué.
Dos horas diarias se convirtieron en todo el fin de semana. Comencé a conocer nuevos amigos que tenían dificultad con la lengua, que se desconcertaban por la nueva cultura, que experimentaban momentos de felicidad y momentos de tristeza, es decir, que tenían una experiencia parecida a la mía. Ahí me comencé a sentir migrante en medio de migrantes. Sin embargo, también fui descubriendo las diferencias, sus historias, los caminos que habían tenido que recorrer, no sin peligro, para llegar hasta Brasil. La tristeza de no estar cerca de sus familiares y la dificultad de ser aceptados dentro de una sociedad que no está preparada para recibir extranjeros. Simplemente me sentí, junto con mis compañeros (jesuitas y no jesuitas, hombres y mujeres de distintas nacionalidades), identificado, hermanado. Esto nos llevó a dar respuestas cada vez más adecuadas y más pensadas, lo cual se tradujo en una oficina de atención a migrantes.
A partir del 15 de noviembre de 2013, de la mano de mis compañeros y compañeras, de la Compañía de Jesús (Provincia de Brasil), de las Hijas de Jesús, de brasileños y brasileñas, de instituciones locales y nacionales y sobre todo, de muchos haitianos y haitianas que han caminado con nosotros y otros tantos que siguen su camino en otros países, comenzamos a dar respuestas más organizadas. Por medio de un proyecto a corto y medio plazo queremos ofrecer un acompañamiento que permita a nuestros amigos haitianos y haitianas, y a nosotros mismos, insertarnos en la sociedad brasileña, con las mismas oportunidades.
Personalmente, dos cosas han sido claves en este proceso. Primero, tener un equipo con el cual soñar una realidad que hasta entonces estaba escondida a los ojos de la mayoría. Una realidad de injusticia estructural que supone que no somos iguales y que por lo tanto, establece fronteras basadas en índices económicos. Una realidad que ha sido responsable del empobrecimiento de países. Segundo, relacionarme con los haitianos y haitianas como amigo. No regalamos despensas, ni damos dinero, ni ofrecemos trabajo, simplemente ofrecemos un camino que ya hemos hecho nosotros mismos: aprendizaje de la lengua, tramitaciones en la policía federal, relaciones con brasileños, etc.
En ningún momento he hablado de Jesús, del Reino o del Evangelio, pues los inmigrantes haitianos y el equipo con el que trabajo somos de diferentes creencias religiosas. Pero en todo momento he sentido que sigo a Jesús, que vivo pedacitos de Reino y que el Evangelio se encarna acompañando a las y los migrantes. Soñamos con una sociedad inclusiva, con un mundo donde las fronteras no existan, donde ningún ser humano sea ilegal, donde las diferencias de color y raza sean motivo de alegría y no de violencia.
Mis estudios de teología han tomado sentido. Sé que no se trata de un esfuerzo meramente intelectual, sino de mirar con los ojos de Jesús, de entender la realidad con herramientas teológicas. Me siento un jesuita en acto, y no en potencia, esperando a ser ordenado para entregarme a la promoción de la fe y la justicia. Creo en una Compañía cada vez más latinoamericana y cercana a los que más sufren, no por opción simplemente, sino porque estar con ellos nos hace felices, y cuando amamos y los queremos profundamente, queremos lo mejor para ellos.
(Publicado por SJES Headlines – Secretariado para la Justicia Social y la Ecología de la Compañía de Jesús)