Por Carlos Cardó Franco S.J.

 Hay vidas que nos dan luz y estímulo para entender y asimilar el evangelio. Una de éstas ha sido la de Justo González Tarrío, que ahora agradecemos al Señor. Por eso, he escogido para esta celebración el texto del cap. 15 de san Juan.


En varias ocasiones, Jesús se definió a sí mismo en relación con nosotros. Nos dijo: Yo soy el pan (6,35), yo soy la luz (8,12), la puerta (10,7.9), el buen pastor (10,11) yo soy la resurrección y la vida (11,25), el camino, la verdad y la vida (14,6). Ahora nos dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. La unión que ha querido establecer entre él y los que creemos en él y lo amamos, Jesús la compara a la unión que hay en entre una planta y sus ramas: una sola vida, una misma savia, unos mismos frutos.

El texto reitera el verbo “permanecer”, que designa una relación estrecha, irrompible, de afecto, amor. La persona permanece y habita donde está su corazón: ahí donde uno quiere y se siente querido, uno se siente en casa. El amor que Dios nos tiene, esa es nuestra atmósfera vital, nuestro hábitat, donde vivimos y encontramos nuestra auténtica identidad de hijos.

Por eso, cuando uno se confía al amor de Dios hasta permanecer en él, comprueba que ese amor no le quita nada, sino que lo engrandece, lo hace desarrollarse, crecer y dar fruto. Porque el amor consiste en dar y recibir de lo que uno tiene o posee. Es un recíproco permanecer uno en el otro, como vivir para él, como en su propia casa, sintiéndose acogido en la vida del otro. Y así, desde el primer encuentro, uno ya no se define a sí mismo sino en relación al otro, desde el otro y para el otro. Así lo expresó san Pablo en su madurez: Ya no vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí (Gal 2,19s).

Celebramos hoy la vida de Justo, agradecemos lo que ella ha significado para nosotros en la Iglesia, en la Compañía, en esta comunidad y Parroquia de Ntra. Señora de Fátima. Nos ha hecho comprender de qué manera su permanecer firmemente unido al Señor, le atrajo especiales dones y gracias, con los que acompañó, ayudó y enriqueció a tantos de nosotros. Unido al Señor por la oración cotidiana, hombre de profunda vida interior, permaneció arraigado en el amor de su Señor,no teniendo otro interés en la vida que amarlo y servirlo, darlo a conocer de modo convincente y hacerlo amar por todas las personas que el mismo Señor le confiaba en su labor pastoral.

Quiero recordar sus singulares dotes de afabilidad, alegría comunicativa y buen humor, de entrega apostólica y abnegación de sí mismo para atender a los demás, sin hacer distinción de personas, pues a Justo tenían acceso pobres y ricos, viejos, adultos y, sobre todo, niños. ¡Los niños, sí!, a quienes robaba el corazón, cuando les explicaba el evangelio y les hacía comprender el misterio de la Eucaristía. Para ellos inauguró en esta parroquia la misa de los niños que se ha venido celebrando desde hace 25 años.

[Permítanme expresarles a este propósito una vivencia que me ha tocado el corazón. Justo estaba en agonía y fui a acompañarlo. Me sorprendió oír música en su cuarto. Entré y vi una escena que me pareció sacada de una pintura florentina: una joven señora oraba junto a Justo y su hijito un niño como de 10 años tocaba el violonchelo. Fueron varias piezas breves, una tras otra. Luego se levantaron, dieron un beso a Justo y se despidieron. Pocos minutos después moría. Y pensé: Te has ido al cielo, Justo, acompañado por la música de los niños].

Se prodigaba asimismo en sus demás tareas sacerdotales. No podía decir no cuando se trataba del deseo de Dios expresado por alguien en forma de petición de una entrevista para desahogar el alma y recibir consejo, o de ir a visitar a un enfermo, o de bautizar a unos niños. Y muchos feligreses aún recuerdan con asombro la devoción profunda con que celebraba la Eucaristía. Su amor a los pobres se plasmó en un conjunto de obras y servicios como la Casa de Porta con comedor y talleres de capacitación y las obras sociales de la Parroquia de Manchay.

Fue admirable su finura de espíritu, su humanismo formado en la apreciación del arte, su capacidad de animar una reunión familiar, junto con su talante noble y leal que le llevaba casi naturalmente a jugársela por la Iglesia y por la Compañía, a defender su honor en toda ocasión, a resaltar el aspecto positivo de las personas y de las instituciones y a mostrarse ajeno a la crítica injusta o malintencionada.

Su amor a la Iglesia era pleno, contundente, puesto más en obras que en palabras como enseña San Ignacio, y era un niño en su veneración al Papa y en su respeto a los obispos aun cuando no siempre compartiera sus modos de pensar o de actuar. Su amor a la Compañía de Jesús brotaba de un corazón agradecido. Consideró en todo momento a nuestro Instituto como una vía segura para ir a Dios y servir a la Iglesia. Disfrutaba de la amistad de sus compañeros jesuitas. En Fátima, casa de huéspedes, hacía sentirse acogidos cálidamente a los jesuitas que venían a Lima. Y en Fátima también, en la enfermería de nuestra Provincia, se le veía pasar casi a diario, antes de ir a su oficina, por las habitaciones de nuestros ancianos y enfermos para alentarlos, rezar con ellos o impartirles los sacramentos. 

Algunos datos biográficos.

Justo nació en Madrid el 23 de julio de 1929.

Estudió en el Colegio de Ntra. Señora del Recuerdo en Madrid.

Ingresó a la Compañía de Jesús el 4 de octubre de 1947 en el Noviciado de Aranjuez, donde realizó también sus estudios de Humanidades.

En nuestra facultad de Chamartín (Madrid) hizo los estudios de filosofía entre 1953 y 1955.

Ese mismo año 1955 vino al Perú para hacer la etapa de magisterio. La cumplió enseñando primero (1956-1957) en el Colegio de la Inmaculada a niños de los últimos años de primaria y en 1958-1959 como profesor de latín en la Casa de formación de Miraflores.

Fue después a Granada a estudiar teología. Se ordenó de sacerdote en Madrid el 14 de julio de 1961. Y viajó a Bélgica en 1963 para hacer la Tercera Probación en Wepion y estudios especiales en Bruselas.

En 1965 volvió a Lima como padre espiritual de los estudiantes jesuitas en Miraflores y en Villa Kostka, Huachipa.

En 1956 hizo su primera etapa de trabajo en la Parroquia de Fátima de Miraflores como Vicario Cooperador.

Fue enviado después a Argentina como padre espiritual de jóvenes jesuitas en el filosofado de San Miguel, Buenos Aires, y como Asistente de las CVX de América Latina durante los años 1967 a 1972. En ese tiempo entabló gran amistad con el Padre Bergoglio, actual Papa Francisco. Por ello algunas veces el Padre Bergoglio, de paso por Madrid, se alojó en casa de la familia González Tarrío.

En 1972, Justo volvió de Argentina para trabajar como como Socio del Provincial.

Y fue llevado a Roma como Vice Asistente mundial de las CVX de 1975 a 1978.

Radicado nuevamente en Miraflores, en 1979, colaboró como Vicario en la Parroquia de Fátima. Volvió a ser Socio del Provincial en 1985 y retornó definitivamente a la Parroquia dos años después.

En 1990 fue nombrado Párroco, y ejerció este cargo hasta el 2005.

Recordando, pues, todo lo que Justo hizo y fue para tantas personas, sólo nos queda decirle con el corazón en la mano:

¡Tenemos tanto de qué agradecerte, querido Justito! Personas como tú nos comunican la certeza de que quien permanece unido al Señor Jesús vive una vida realmente fecunda. Has sido como el sarmiento engarzado en la vid y has portado mucho fruto. Ahora gozas de otra forma de existencia participando plenamente de la vida de Dios. Allí, lo que fuiste entre nosotros lo sigues siendo; sólo que libre ya de todo dolor y de todo mal, gozando para siempre de la presencia de nuestro buen Padre Dios. Sabemos que en el cielo pides por nosotros a Dios para que nuestras vidas mejoren por bien del país y de la Iglesia. Sabemos que nos volveremos a ver, cara a cara, y que juntos contemplaremos a Dios, cara a cara. Y entonces, en el reencuentro, todo será como antes; sólo que mejor, infinitamente más feliz y para siempre. Porque seremos uno, todos juntos, con Cristo. Y Dios será todo en todo.

Te dejamos con él, Justito, en sus brazos de Padre. Te confiamos a su infinita bondad para que ilumine tu rostro con la claridad de su adorable presencia (meta y anhelo recóndito de nuestras almas), la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu, junto con María la Madre a quien amaste tiernamente. En su compañía has alcanzado ya tu más hermosa y feliz realización.