Víctor Cohaila es un estudiante jesuita de 24 años que vive en la Casa de Primeros Estudios San Juan Berchmans de Lima y cursa humanidades en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Recientemente pasó un mes en Piura colaborando con el centro social jesuita CANAT y en esta nota nos cuenta cómo fue su experiencia.
El Centro de Apoyo a Niños y Adolescentes Trabajadores (CANAT) constituye una alternativa educativa integral que ofrece diversas posibilidades a niños, niñas y adolescentes para que no vean truncados sus sueños de estudiar, de formarse y de insertarse en el mercado laboral. Comprometidos con la defensa de sus derechos, CANAT trabaja también cerca de sus familias y en diálogo con las instituciones del Estado y de la sociedad civil.
Víctor nos cuenta que las primeras semanas de su estadía en Piura pudo participar de reuniones de planificación de CANAT en las que pudo conocer el trasfondo de su trabajo, tanto en las periferias de la ciudad como en las zonas rurales. “Uno puede pensar que la labor de una ONG es solamente ir y ayudar, pero se olvida de los objetivos que hay detrás”, nos dice.
Los programas de CANAT cierran en diciembre y vuelven a comenzar entre marzo y abril del siguiente año. Es por ello que Víctor no pudo ver los programas en pleno funcionamiento. Sin embargo, pudo conocer un poco de cada uno a través de las reuniones de planificación y visitas que el equipo de CANAT hacía a algunas familias para dar seguimiento a sus casos.
“Alternaba dos días con el equipo que trabaja en la zona urbana, dos días con el de la zona rural, y por las tardes iba al campo con el equipo que hacía visitas a las casas. A veces yo no podía entrar porque eran visitas de acompañamiento psicológico en temas muy delicados como puede ser la violencia doméstica, pero en otras sí podía hacerlo porque se trataba de estar, conversar y ver cómo habían estado este tiempo”.
Para el joven tacneño, la importancia de CANAT radica en dar dignidad a la persona, un objetivo amplio al que la obra responde a través de diferentes maneras. A los niños se les ofrece un espacio sano y seguro donde se hagan conscientes de sus derechos a través del juego, mientras que a los jóvenes que están terminando el colegio se les ofrecen becas para estudiar en un CETPRO, un centro de formación técnico profesional, para que puedan sacar adelante a sus familias.
“Creo que muchas veces la gente con escasos recursos se siente menos persona o con menos derechos y lo asumen como algo que les tocó. Lo que hace CANAT es que sean conscientes de que son iguales y que se formen para que tengan herramientas para cambiar sus vidas. Es difícil porque afrontan varias barreras, pero igual CANAT los acompaña”, señala Víctor.
El jesuita reconoce que lo más valioso de su experiencia ha sido el contacto con la gente: “Uno va aprendiendo a ser jesuita a partir de la gente con la que compartes. No se trata de hacer grandes cosas. El Padre Arrupe decía que el mejor apostolado es querer a la gente. Lo que más me puedo llevar es el contacto con la realidad de los beneficiarios y también con los trabajadores, quienes se involucran mucho más que solo laboralmente con lo que hacen”.
No duda por ello en expresar su gratitud hacia al equipo de CANAT que lo acogió muy bien desde el primer día y le dio la confianza necesaria para mostrar más de sí mismo. Señala además que algunos colaboradores mostraron bastante interés por su vida como religioso: “Una trabajadora me dijo que nunca había conversado tanto con un jesuita. Ha sido muy valioso compartir con ellos, escucharlos, contarles lo que me motiva y ser testigo de su entrega”.
Cuenta también que se sintió invitado a ayudarles a que hagan mayores conexiones entre su labor y el camino de la vida cristiana. Porque para Víctor, los objetivos de CANAT evocan a los de Jesús en el Evangelio. “Asumí el tratar de generar puentes para que vean que Dios no está encerrado en lo abstracto o en una capilla. También está en el campo, en los lugares a donde ellos van. La relación con Dios pasa por el otro en el trabajo que ellos hacen”.
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