El 13 de mayo, la Parroquia Nuestra de Fátima celebró su Fiesta Patronal con una Misa celebrada en el Templo a las 11 am. Presidida por el P. Carlos Cardó SJ y concelebrada por los PP. Benjamín Crespo y Guillermo Villalobos, fue transmitida en directo por las páginas en Facebook y Youtube de la Hermandad del Señor de los Milagros de Nazarenas. Compartimos la transcripción completa de la homilía pronunciada por el P. Cardó:

Sólo nuestra fe en el Dios de la vida, que no nos abandona nunca, nos abre el ánimo a la esperanza y nos hace capaces de celebrar ̶ de celebrar, sí, en medio de un mundo enfermo y de las lágrimas de nuestro pueblo ̶ una fiesta más de la Madre de su Hijo y Madre nuestra, María de Nazaret, Virgen de Fátima, Patrona nuestra. Por eso, también mis palabras en esta ocasión no pueden ser sino una invocación, realista y actual, que recoja el ansia que nuestro pueblo está sintiendo.

Así venimos a ti, María, Madre nuestra, el 13 de mayo de este año 2020, año de aflicción y congoja, año de prueba y de incertidumbre, de enfermedad y de muerte, pero año también del coraje y de la resistencia, de la solidaridad y del cuidado de unos a otros, de la entrega heroica en hospitales y centros de salud, y de esfuerzos sobrehumanos para cubrir y financiar los gastos de la salud del país, todo lo cual ha llevado a nuestra gente a sostener noche tras noche su aplauso agradecido en nuestros vecindarios y mantiene en nuestros corazones la admiración y el reconocimiento.

Son muchas las cosas que no podremos olvidar; muchas y variadas las historias personales y colectivas que se han ido viviendo en este tiempo de cuarentena y que no queremos olvidar. Debemos tenerlas presentes para poder preguntarnos qué pasará después y cuáles son los desafíos que debemos afrontar ya desde ahora.

No podemos olvidar el manto de tristeza y dolor que la pandemia ha echado sobre las espaldas de nuestra gente: familias y personas rotas; hermanos y hermanas que se han dejado la piel salvando vidas; soledades, agonías y sobresaltos vividos con la sensación de que, de repente, se nos va la vida propia o la de los que amamos. Nada de esto puede caer en tierra baldía, sino todo lo contrario, debe convertirse en una oportunidad única para volver a las raíces, a lo profundo, a madurar en nuestro camino de fe, de esperanza y de amor.

María, te agradecemos el mensaje de paz y de esperanza que nos dejaste en Fátima y que tiene tanta actualidad para nosotros hoy. Lo que hiciste ver a los tres pastorcitos no fueron cuadros de dolor sobre la fatalidad de un futuro irremediable. Hiciste ver que el porvenir de la familia humana no está determinado, la libertad humana abierta a la fuerza de Dios, que triunfa sobre el mal en la pascua de Jesucristo, tiene la última palabra. Lo válido y perenne de tu mensaje en Fátima, Madre nuestra, es la exhortación a la oración y al cambio de actitudes, que nos hagan capaces de movilizar todas las fuerzas de trasformación de nuestra sociedad hacia el bien, la justicia y el triunfo de la vida. Las visiones de los pastorcitos se concluyen con una imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una humanidad unida es la señal más evidente del triunfo y reinado de Dios en el mundo; la paz, el amor fraterno y el servicio a los débiles y vulnerables se convierte en señal orientadora para el encuentro con Dios.

Madre nuestra, haznos capaces de discernir el signo de estos tiempos. Son tiempos que nos invitan a repensar el modo como nos relacionamos entre nosotros, con la naturaleza y con Dios.

Nunca como ahora, quizá, hemos constatado que lo que de veras cuenta es la salud y la vida, no el dinero y los bienes materiales; que el individualismo es antihumano porque impide sentir el dolor de los demás, mientras que la solidaridad humaniza y engrandece; que no se puede seguir explotando la naturaleza sin ninguna consideración sino que debemos cuidarla y vivir en armonía con todos los seres de la creación; que de nada les ha servido a los gobernantes amantes de la guerra el acumular cada vez más armas de destrucción masiva, para ahora tener que caer de rodillas ante un virus invisible que demuestra lo ineficaz que es todo ese aparato de muerte.

Estos tiempos del coronavirus enseñan a no incurrir en el vicio del consumismo y demuestran lo aberrante que es la acumulación de riqueza ilimitada en pocas manos a costa de millones de pobres y miserables, que en una epidemia no tienen cómo defenderse. Este tiempo nos debe convencer de que en la economía y en la política se debe tener la valentía de colocar a la persona en el centro, y se deben invertir los mejores recursos en favor de la salud, la educación y la vivienda de la gente.

Estos tiempos del coronavirus nos enseñan, en fin, a no endosarle a Dios la causa y solución de nuestros males, ni al Gobierno o algunos otros el deber de luchar contra la pandemia, sino a ser todos de veras responsables, corresponsables conscientes de las consecuencias buenas o malas de nuestros actos, porque todos estamos afectados y todos nos podemos infectar.

Incúlcanos esto, Madre, porque es fundamental, pero lo olvidamos muchas veces, como ha ocurrido con la irresponsabilidad social de quienes se han negado a cumplir las normas de prevención contra el contagio, o como aquellos que, al primer anuncio de la pandemia, se precipitaron en los supermercados para acaparar productos, sin pensar en que no dejaban para los demás y podían causar desabastecimiento.

Mirando esta tremenda realidad, el Papa Francisco nos propone elaborar un “plan para resucitar” ante la emergencia sanitaria mundial. Y nos dice: “¿Qué podemos hacer para no dejarnos absorber por esta espiral de horror y de impotencia”? … Si algo hemos podido aprender en todo este tiempo, es que nadie se salva solo. Las fronteras caen, los muros se derrumban y todos los discursos integristas se disuelven ante una presencia casi imperceptible que manifiesta la fragilidad de la que estamos hechos”. La primera toma de conciencia a que nos lleva la epidemia mundial es la de la urgencia de “unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral”.

Ante tal desafío: ¡un “plan para resucitar” ante la emergencia sanitaria mundial!, no podemos sino preguntarnos: ¿cómo podrá ser esto? Y recordamos, María, que es la misma pregunta que le hiciste al ángel cuando te pidió tu colaboración para el plan de salvación de la humanidad. Te atreviste a dirigirle al Dios Altísimo esta pregunta espontánea.

Y fuiste capaz de hacerlo porque tu Dios, María, no infunde miedo, sino confianza filial. Por eso, como los grandes creyentes que se han sentido llamados a una gran misión, expresaste tu sentimiento de incapacidad. Y como a ti, María, también a nosotros el ángel nos recuerda: ¡para Dios nada es imposible! Muchas Marías se han sucedido desde entonces, hermanas y hermanos nuestros que a lo largo de los siglos han sentido la emoción de ser enviados a realizar algo grande, superior a lo que creían posible. Confiaron en Dios como si todo dependiera de él y no de ellos y, al mismo tiempo, pusieron todo de su parte como si todo dependiese de ellos.

El virus ha puesto de manifiesto cuál es nuestra naturaleza humana auténtica. Nos ha hecho advertir que, aunque el mal actúa en nosotros, Dios también actúa y desde la creación puso en nuestra naturaleza elementos y aspectos buenos. Ayúdanos, Madre, a tenerlos en cuenta y a desarrollarlos. Somos seres siempre en relación, más aún, somos relación, no somos islas. Todos dependemos unos de otros. En medio de la pandemia lo comprobamos. Mi salud depende de la salud de los que me rodean. Quien lo tiene en cuenta aprende a ser solidario y quien es consciente de las consecuencias buenas o malas de sus actos sabe ser solidario y responsable.

Tú, María, nos cuidas con amor maternal; tu mismo hijo Jesús nos confío a ti en la cruz: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Madre, aquí tienes a tus hijos y a tus hijas. Siempre estamos necesitados de cuidado, todos, desde nuestra concepción y a lo largo de la vida; sin cuidado, nadie puede subsistir. Con tu amor maternal enséñanos, María a cuidar de nosotros mismos para no enfermar y morir; a cuidar de los otros, que pueden salvarme o puedo yo salvarlos a ellos, y a cuidar responsable y urgentemente a la naturaleza, porque si no lo hacemos, se vuelve contra nosotros con catástrofes devastadoras. La naturaleza, la madre tierra, nuestra casa común, si no la respetamos, no nos dará lo que necesitamos para vivir.

Y finalmente, María, te pedimos lo más importante: haznos capaces de alcanzar y sostener una sólida espiritualidad. La fuerza espiritual constituye nuestro ser más profundo, de allí nacen nuestros grandes sueños y allí respondemos a las preguntas últimas sobre el sentido de la vida. En nuestro interior nos relacionamos con el misterio de Dios, cuyo Espíritu te cubrió con su sombra y cuyo ser es el Amor poderoso y salvador que lo impregna todo, lo sostiene y gobierna todo, aun lo que no podemos controlar.

Tú, María, nos pones con tu hijo Jesús, cuya resurrección nos garantiza un buen final para el universo y para cada uno de nosotros, a pesar de las contradicciones. Tú, María, que meditabas y guardabas en tu corazón todo lo referente a Jesús, intercede por nosotros para sepamos cultivar nuestra espiritualidad que nos hace fuertes y cuidadosos unos de otros, más fraternos y humanos.

Durante la cuarentena no nos ha sido posible encontrarnos todos como Pueblo de Dios en torno a la mesa del Pan de la eucaristía, nuestros templos siguen cerrados, pero, en cambio, ha hecho posible que nos encontremos alrededor de la Palabra de Dios en nuestra propia casa, y allí la hemos leído, proclamado y abrazado de modo personal. Allí en nuestro hogar, nos hemos dirigido a ti, Madre nuestra, y te hemos alabado con el santo rosario. Consíguenos la gracia de hacer de nuestro hogar un templo verdadero para el culto auténtico en espíritu y en verdad, donde se ame, respete y adore a Dios y donde sus miembros se otorguen las mejores relaciones humanas de amor y caridad, que superan cualquier otra relación.

Te invocamos, Madre con las palabras del Papa Francisco: Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como un signo de salvación y esperanza. A ti nos encomendamos, Salud de los enfermos, que al pie de la cruz fuiste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, Salvación del pueblo romano, sabes lo que necesitamos y estamos seguros de que lo concederás para que, como en Caná de Galilea, vuelvan la alegría y la fiesta después de esta prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y hacer lo que Jesús nos dirá, Él que tomó nuestro sufrimiento sobre sí mismo y se cargó de nuestros dolores para guiarnos a través de la cruz, a la alegría de la resurrección. Amén.

Publicado en el fanpage de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima