Compartimos la homilía pronunciada por el P. Víctor Hugo Miranda SJ en la Eucaristía por el comienzo de su misión como nuevo Superior Provincial de los Jesuitas del Perú. Concelebró el P. Juan Carlos Morante SJ, a quien agradecemos por estos seis años de servicio generoso y esforzado al frente de nuestra Provincia jesuita.
Homilía por inicio de misión como Superior Provincial
Lima, 11 de agosto 2020
Para la celebración de hoy hemos elegido las lecturas de la fiesta del Nombre de Jesús, el nombre con el que Ignacio de Loyola quiso distinguir a su mínima Compañía, de tal manera que todas nuestras intenciones, acciones y operaciones sean ordenadas hacia el servicio y alabanza de Nuestro Señor, aquel pequeño niño al que sus padres llevaron al Templo para presentarlo a Dios, tal como nos lo indica el Evangelio que acabamos de escuchar.
Estamos reunidos aquí para celebrar nuestra vocación y la misión compartida. Desde hoy asumo la responsabilidad de acompañar la misión del cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús en el Perú. He recibido muestras de cariño y expresiones de alegría, de mucha gente, sobre todo de gente joven, de la familia, los amigos, jesuitas de distintas partes, de tanta gente con la que he compartido distintas vivencias, así como también aquellos hombres y mujeres de bien que comparten nuestra misión y la ilusión de una Iglesia abierta a los demás. Eso no solo es bonito y reconforta el alma, sino que nos demuestra que esta misión, que me toca ejercer a mí, es sobre todo una tarea compartida. Este inicio de una nueva misión para mí es también de algún modo el inicio de una nueva misión para todos nosotros.
Si algo nos ha demostrado esta pandemia que sufrimos juntos es que ya no podemos seguir pensando solo en nosotros mismos. El miedo no solo lo he sentido yo, o tú, lo hemos sentido todos, es algo que atraviesa nuestra experiencia humana en estos momentos. Estamos conectados. Lo que hacemos o dejamos de hacer tiene un efecto directo en los demás. Eso ya lo sabíamos. Pero hoy esto se ha hecho mucho más evidente y más urgente. Es como lo que nos recuerda Pablo en la segunda lectura, si nos une el mismo Espíritu, eso nos lleva a tener una misma manera de pensar, a un mismo amor, a tener las mismas aspiraciones, a tener una sola alma.
El padre Adolfo Nicolás, que fue General de los Jesuitas, insistía mucho en que ya no deberíamos hablar de la Misión de la Compañía de Jesús. La Misión no nos pertenece a los jesuitas. Tendríamos que hablar de la “Missio Dei”, la Misión de Dios, que está dirigida a todos nosotros, que nosotros compartimos, y que estamos invitados a trabajar juntos en ella. Esa Misión que debe estar marcada por lo que denominamos las Preferencias Apostólicas Universales, esa búsqueda constante de Dios, a través de la experiencia de los Ejercicios Espirituales, tesoro de nuestra espiritualidad que debemos conocer y compartir. Esta búsqueda de Dios no puede ser completa si no somos capaces de acompañar de cerca a los más vulnerables, a las minorías, a los que sufren y han sufrido persecución, maltratos, abusos, discriminación, intolerancia, de parte de la sociedad, de la misma Iglesia, en una misión de justicia y reconciliación. Nos toca aprender también de la mirada de los jóvenes, de sus modos de entender lo humano, el sentido de la vida. Y estamos invitados a entender de manera renovada nuestra relación con la creación, con la casa común.
Todo ello solo será posible si hacemos como Ignacio de Loyola, si ponemos a Jesús en el centro de nuestra mirada. Ignacio nos ha heredado una espiritualidad que tiene como centro a Jesús, aquel que nos salva y nos libera, aquel que nos muestra el rostro verdadero de Dios, un rostro de bondad y misericordia eternas, como nos lo recuerda el Eclesiástico que hemos escuchado en la primera lectura.
Si algo quisiera pedir para mí en este tiempo nuevo que empieza, es que pueda tener en el centro de mi mirada a Jesús. Les pido que pidan lo mismo para mí, pero también para todos nosotros. Las cosas nunca dependen de una sola persona. Las cosas no van a cambiar, no van a mejorar por tal o cual, sino porque todos hagamos un esfuerzo común. Le pido al Señor entonces que nos regale a todos nosotros, a los que formamos este gran Cuerpo Apostólico, a esta gran familia que vivimos profundamente esta preocupación por lo humano, que tenemos esta mirada de misericordia y atención a los más vulnerables, a todos los que compartimos ese deseo de crear juntos un mejor mundo, seamos ignacianos o no ignacianos, creyentes o no creyentes, hombres y mujeres de bien, de buena voluntad, que se nos conceda la gracia de conocer a Jesús internamente, para así poder amarle y seguirle.
Amén.
P. Provincial Víctor Hugo Miranda, SJ