La Misa de Funeral del P. Fermín Rodríguez Campoamor SJ se realizó el sábado 21 de setiembre en el salón verde de la Parroquia Nuestra Señora de Fátima de MirafloresCompartimos la homilía escrita y leída por el P. José Luis Gordillo SJ.

Quiero empezar leyendo un pedazo de la carta que Fermín escribió a su familia al llegar a Santa María de Nieva el 26 de noviembre de 1993. (Carta N° 3)

“Queridos todos:
                           Esta es mi tercera carta desde el Perú, pero la primera desde Santa María de Nieva, mi estación término del más largo, arriesgado y espectacular viaje que he hecho en mi vida desde Lima, en la costa sur a orillas del Pacifico, hasta Nieva, en la selva norte a orillas del Marañón. Llegué ayer, jueves 25 de noviembre, con muchas cosas que contaros… Salimos de Jaén a las cinco de la tarde del pasado miércoles día 24 después de despedirnos de Mons. José María Izuzquiza, Obispo y Vicario del Vicariato de San Francisco Javier, agradeciéndole su bendición y buenos consejos junto con sus últimas ocurrencias chistosas que son la manifestación de su permanente buen humor. Así, riéndonos, salimos de la sede del Vicariato hacia su parroquia en plena selva, capital de la provincia de Condorcanqui desde el año 1984. El chofer de la camioneta se llama Walter y los pasajeros somos dos: Manuel Ruiz del SAIPE acompañado de la importante semilla brasileña que nos apremia a viajar con la mayor rapidez posible, y el que os escribe, que es el único de los tres que entra por primera vez en la selva y solo desea llegar a Nieva cuanto antes pero no sin detenernos de paso en Yamakaientsa para saludar al P. José María Guallart. Nuestro plan era, pues, cenar en El Muyo (último centro poblado no nativo antes de la selva), dormir en Chiriaco (Walter en su casa y los dos españoles en el colegio de las Siervas de San José en el mismo Chiriaco) y, a primera hora de la mañana, viajar desde Chiriaco a Imacita, puerto fluvial del Marañón, donde embarcaríamos para Nieva.
Cuando dejamos El Muyo ya había anochecido. ¿Y la selva? Le pregunté a Walter cuánto faltaba para entrar en ella. Me respondió: «Hace tiempo que estamos dentro de la selva». Y yo sin enterarme. Efectivamente observé que ya habíamos abandonado el asfalto y caminábamos sobre tierra y piedras en medio de la noche entre dos como muros de espesura verde compacta y continua, iluminada sólo por los focos de la camioneta. Pensé si alguna fiera podía saltar a la carretera y crearnos algún problema. Entonces descubrí al final de una recta dos grandes bultos que parecían moverse sobre la carretera. «¡Cuidado!»-dije en voz alta- e inmediatamente me avergoncé de la palabra dicha cuando descubrí, ya más cerca, que los dos temibles bultos eran dos mansísimos burritos asustados por nosotros. Walter se reía. Mas allá casi aplastamos a una ranita y después un gato dio un gran salto para librarse de nuestras ruedas. Y todo parecía una selva al revés de lo previsto. Nuestra camioneta era la única fiera salvaje que sembraba el terror a todos los pacíficos animales de aquella tranquila selva”.

Queridos hermanos y hermanas,

Hoy nos reunimos para recordar y celebrar la vida de nuestro querido Fermín Rodríguez Campoamor, un sacerdote que dedicó su vida al servicio y amor de las comunidades de la Amazonía. Con 91 años de vida, 73 de ellos como jesuita y 60 desde su ordenación sacerdotal, su legado perdura en cada uno de nosotros.

Fermín nació el 4 de marzo de 1933 en Navia, Asturias, España, y a los 17 años ingresó al Noviciado en Salamanca. Desde sus primeros años, mostró una vocación profunda que lo llevó a estudiar Filosofía y Teología, siendo ordenado sacerdote el 14 de julio de 1964. En 1993, llegó a Perú, donde trabajó en el Vicariato de Jaén y se estableció en Santa María de Nieva, Condorcanqui, Amazonas, donde permaneció hasta 2017. Durante esos años, se desempeñó como párroco y construyó vínculos sólidos con las comunidades Awajún y Wampis.

La vida de Fermín fue documentada en su libro “Cartas desde la selva”, donde relata sus experiencias y reflexiones desde 1993 hasta 2001. En estas cartas, podemos encontrar sus primeras sensaciones al llegar a esta tierra nueva y su deseo de insertarse en la vida de la comunidad. Cada página refleja su amor por la Amazonía y su compromiso inquebrantable con los más vulnerables.

Fermín no solo compartió la Eucaristía, sino que también llevó cine a las comunidades, creando momentos de alegría y conexión. Recuerdo las noches que compartimos viendo películas de Charles Chaplin, donde su risa y su cercanía iluminaban nuestros corazones.

Su valentía al defender a los más frágiles es un testimonio de su espíritu indomable. Nunca dudó en enfrentarse a las injusticias, priorizando siempre el bienestar de quienes más lo necesitaban. En su vida, Fermín sembró amor y justicia, y su legado nos invita a hacer lo mismo.

En la tradición jíbara, a la que pertenece el pueblo Awajun, las mujeres del clan se encargan de la agricultura y siembran, junto a las semillas de Yuca o maní, unas piedrecitas conocidos como “Nantaj” que representan una suerte de amuletos que sólo funcionan cuando un “Anent” les da una finalidad específica, un deseo. Al igual que ellas, Fermín sembró en muchos corazones semillas de alegría, amor y justicia, recordándonos que todos, sin importar género o identidad, tenemos la capacidad de cultivar lo mejor de nosotros. Su vida nos mostró que sembrar amor es una tarea que nos une como humanidad.

La segunda imagen que quiero evocar es la de los wacanes , las mariposas azules que simbolizan el paso a otra dimensión. Aunque Fermín ha dejado esta vida, su espíritu sigue volando entre nosotros, trayendo alegría y esperanza. Nos invita a vivir con amor y a celebrar la vida, recordándonos que su legado continúa vibrante en nuestras acciones y en nuestros corazones.

“Por eso, la tentación en que me dejo caer fácilmente, si ellos me lo permiten: hacerles una foto para mantener el recuerdo del encuentro. Una foto-estampa, un icono para admirar y venerar la obra y la presencia de Dios en sus rostros, en su cuerpo, en sus vidas. Así, de pronto, te encuentras en medio de la selva como dentro de una catedral. Ya os lo dije hace cuatro años desde el Cenepa (Carta N° 46 del 6 abril 1997). Es decir, la selva es una catedral hecha por El mismo con piedras vivas, no muertas, sin muros ni puertas cerradas, con espacios libres por donde Dios se pasea con el hombre como en el Paraíso al caer de la tarde con Adán-Humanidad (Gen 3,8). Nada hay comparable a un rostro humano y no hay cumbre que me acerque más a Dios a quien no le gusta ya aparecer en las montañas ni en las nubes o estrellas asombrando o amedrentando a los hombres, sino mirándonos horizontalmente, -sonriendo o llorando- en esos rostros que descubrimos cerca de nosotros y nos acompañan y encontramos vivos y pobres en medio de la selva” (Carta N° 80, 2001).

Hoy, al despedir a Fermín, honramos su vida no solo con tristeza, sino con alegría por el impacto que tuvo en nuestras vidas. No siempre coincidimos en las visiones que teníamos sobre el mundo amazónico, pero Fermín conocía muy bien el Río Nieva, las partes más bajas y lo difíciles que eran las partes altas del río en las que el inolvidable y risueño Pangusho recomendaba dejar el bote grande y seguir el viaje en peque peque para ir en medio de las Cashuelas y llegar hasta las últimas comunidades en donde los Etsejeins lo esperaban para oírlo hablar en las visitas, estar en la misa, ver películas y recibir la catequesis.


Su amor, terquedad, dedicación, libertad y valentía son un llamado a cada uno de nosotros a seguir sembrando en el mundo semillas de respeto y dialogo, como lo hacen las mujeres Awajun, a ser portadores de alegría y esperanza, tal como él lo fue.
Alguna vez el inmortal Jorge Guillén escribió sobre la resurrección unos versos en los que parece que nos encontramos todos un día como hoy, sábado:
Sábado.
¡Ya gloria aquí!
Maravilla hay para ti.
Sí, tu primavera es tuya.
¡Resurrección, aleluya!
Resucitó el Salvador.
Contempla su resplandor.
Aleluya en esa aurora
que el más feliz más explora
Se rasgan todos los velos.
Más Américas, más cielos.
Ha muerto, por fin, la muerte.
Vida en vida se convierte.

Que la memoria de Fermín nos inspire a vivir con generosidad y amor, creando un mundo donde cada uno se sienta valorado y acompañado. Que así sea.