(Jesuitas España).- El próximo 22 de enero el jesuita salvadoreño Rutilio Grande y los dos laicos que fueron asesinados junto a él, Manuel Solórzano (72 años) y Nelson Rutilio Lemus (16 años), serán beatificados (por martirio) en la catedral de San Salvador, a la vez que el sacerdote italiano Cosme Spessotto. A todos ellos les tocó vivir los tensos y violentos años previos a la guerra civil que azotó el país durante doce años y que dejó más de 80 mil muertos y enormes pérdidas en infraestructura.
Rutilio Grande, conocido como «Padre Tilo», era párroco en la localidad de Aguilares, a 32 kilómetros al norte de San Salvador y mantenía una buena amistad con san Óscar Arnulfo Romero. El 12 de marzo de 1977 Rutilio, Manuel y Nelson fueron abatidos a tiros por los paramilitares Escuadrones de la muerte. Este asesinato provocó a Monseñor Romero una conmoción y un giro decisivo en la manera de entender su misión. Consagrado arzobispo de San Salvador tres semanas después del asesinato, su “conversión” le llevó al inicio de una larga cadena de denuncias de graves violaciones de los derechos e injusticias sociales hasta que también le mató un escuadrón de la muerte tres años después.
El P. «Tilo», como era conocido por su gente, había nacido el 5 de julio de 1928 en El Paisnal, El Salvador. Tras pasar por el Seminario, entró en la Compañía de Jesús el 5 de septiembre de 1945. Se formó en Venezuela, Ecuador, España y Bélgica. Fue ordenado el 30 de julio de 1959 en Oña (España). Trabajó unos veinte años en la formación del clero diocesano salvadoreño en una forma de acompañamiento que invitaba a los seminaristas a la libertad interior. Los entrenó para que estuvieran al servicio del pueblo y promovió el espíritu del Vaticano II. Pero en 1970, viendo que no tenía la confianza del episcopado, se dedicó íntegramente al trabajo pastoral en su región natal.
Como párroco y en su misión de evangelización en su país defendió a los más vulnerables. También vivía en medio de ambigüedades: tenía que defender la opción cristiana, es decir, la lucha de las organizaciones campesinas por la justicia, aunque fuera interpretada como una acción política. Nunca pudo conseguir que las autoridades militares comprendieran eso. Sin embargo, la predicación y el cuidado pastoral de Rutilio Grande fueron explícitamente aprobados por Mons. Romero. A su muerte, miles de personas asistieron a la eucaristía que presidió Mons. Romero en la Catedral.
Rodolfo Cardenal SJ, autor de la biografía del Padre Rutilio Grande SJ: “Vida, Pasión y Muerte del Jesuita Rutilio Grande” dijo de él que “fue un sacerdote y un jesuita de dimensiones humanas y religiosas insospechadas (…) quienes lo trataron, encontraron en él a una persona cercana, servicial y bondadosa. Los seminaristas y el clero descubrieron en él a un formador, a un consejero y a un compañero compresivo y amable, pero también firme y serio”. Los campesinos también hallaron en él a un sacerdote cercano, abnegado y cariñoso.
En una reciente carta a toda la Compañía, el P. General Arturo Sosa SJ da gracias a Dios por la vida entregada de estos tres hombres y nos invita a «unirnos, a través de ellos, con la fe del pueblo de El Salvador y con sus esfuerzos por propiciar las necesarias transformaciones que hagan posible una sociedad justa con un lugar digno para todas las personas».
Rutilio vivió su vocación jesuita y sacerdotal como servicio de la fe, del que la promoción de la justicia constituye una exigencia absoluta. Por eso Mons. Romero confesó: “Sabemos que en el palpita el espíritu del Señor”.
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Fuente: Jesuitas España