Nuestros votos

La historia de la vida religiosa, que se inició en los primeros siglos del cristianismo, está marcada por la experiencia de los votos -en el sentido de «promesas» u «ofrendas». Los jesuitas, sacerdotes y hermanos, somos ante todo religiosos, por ello pronunciamos al finalizar el “Noviciado” los votos de pobreza, castidad y obediencia, que serán definitivos desde ese momento.

Como religiosos, vivimos la pobreza, a nivel económico, poniendo en común todo lo que recibimos -salarios, donaciones, etc. Lo compartido nos permite disponer de lo necesario para vivir, con una atención especial en la formación de los más jóvenes y en las necesidades de nuestros ancianos. Somos obedientes porque nuestras decisiones y actividades dependen de la voluntad de un superior, con el cual dialogamos libremente, pero al que debemos disponibilidad y lealtad. Asimismo, vivimos la castidad renunciando al ejercicio de la sexualidad y abriendo nuestro corazón para amar al mundo sin exclusividad alguna. Contrariamente a lo que pidiera parecer, los votos nos permiten vivir con libertad, para centrar nuestras vidas en el Señor y para concentrar nuestros esfuerzos en la misión de la Compañía.

Finalizada la “Tercera Probación”, última etapa de la formación, los jesuitas son invitados por el P. General a pronunciar los “últimos votos”. En los primeros votos los jesuitas expresan su deseo de vivir y morir al interior de la Compañía de Jesús. Pero es al final de la formación, cuando la Compañía manifiesta su voluntad de incorporar definitivamente al sujeto, que éste pronuncia los votos por última vez. En este momento los jesuitas pueden ser invitados a pronunciar el cuarto voto de obediencia al Papa. Se trata de un voto que Ignacio decidió añadir para señalar una expresa disponibilidad de la Compañía para las misiones especiales que el Papa decida encomendarle.