El premio Nacional de Derechos Humanos, en la categoría «Toda una Vida», le fue entregado al P. Alejandro Angulo SJ, en la conmemoración del Día Nacional de los Derechos Humanos y como inauguración de la Semana por la Paz, en Colombia. En entrevista con el diario El Espectador, el P. Angulo habla del panorama de los derechos humanos en este país y del proceso de paz que adelantan en La Habana, Cuba, el gobierno del presidente Santos y la guerrilla de las FARC.

 

¿Cómo ve al país en materia de derechos humanos?

Lo veo muy difícil. A raíz de la buena idea del Gobierno, de redistribuir la tierra, que ha sido la causa de los muertos, hay más asesinatos todos los días. Eso me preocupa mucho, pues ya son demasiados los reclamantes de tierras que han sido asesinados por exigir su derecho.

¿Qué es lo que más le preocupa?

El pueblo colombiano ha manifestado al Gobierno su inconformismo con el llamado paro agrario. Ese es un llamado de atención no sólo para el Gobierno, sino a toda la clase dirigente, porque no basta con solucionar los problemas políticos, sino que detrás de todo está el gran problema económico, la distribución de la tierra, la falta de empleo y eso es lo que se debe buscar: una economía más humana que permita a las personas participar de la riqueza del país.

¿Cómo ve el proceso de paz entre las FARC y el Gobierno?

Esa negociación es un símbolo de que se puede conversar en vez de disparar. Si se llega a la firma de un acuerdo, quiere decir que sí podemos hacerlo con el otro, pero a partir de ese momento se inicia un proceso todavía más difícil: el de reconciliarnos, que exige que las partes cedan. Una negociación significa que todas las partes deban ganar algo.

Y en el punto de víctimas, ¿cuál es su recomendación?

Hay que reparar a las víctimas, reconocer que se les violó su dignidad, tratar de rehacer la vida de quienes se les ha causado el daño y, sobre todo, hay que reconocer que se les hizo un daño injusto y pedir perdón. No creo en el olvido, porque la memoria es una de las cualidades del ser humano, mantenerla viva para aprender de ahí. Es lo que estamos tratando de hacer.

Usted habló de no perder la conciencia, ¿a qué se refiere?

Perder la conciencia es creer que hay una persona que no tiene dignidad, por la razón que sea. En la guerra es difícil humanizar, pero cuando se inicia un proceso de paz y reconciliación no hay que perder de vista que el otro, haya hecho lo que haya hecho, es humano. Perder la conciencia es creer que siempre la culpa es de otro y nunca mía.