La Iglesia Católica es una comunidad de fieles que profesa la fe en Jesucristo y que trata de vivir y anunciar el mensaje evangélico del amor y la justicia como origen y término de toda virtud. Esta comunidad, unida por vínculos de fe, se ha hecho institución en nuestra sociedad, y como tal puede influir en la vida del conjunto de la nación. Por ello, más allá de nuestra comunidad de fieles, los cristianos estamos llamados a cuestionarnos responsablemente respecto de nuestro aporte a la sociedad como conjunto, por la manera en que contribuimos –o deberíamos contribuir– al desarrollo y fortalecimiento de la nación peruana.
¿Qué puede esperar el Perú como nación –el de todas las culturas, sangres y religiones– de la comunidad católica? Entre otras respuestas posibles, al Perú de todos la Iglesia ha aportado y puede seguir aportando en la reflexión y promoción del conocimiento, al complejo discernimiento ético de cada día y a la urgencia de resolver conflictos y construir comunidad. Las iglesias en general, y la Católica en particular, sirven a la nación contribuyendo al intercambio de ideas, la promoción de las artes, el conocimiento de nuestras diversas culturas. La Escritura pide a los cristianos estar dispuestos a “dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3, 15); es decir, les pide argumentar, dialogar y pensar razonablemente con otros la fe y la búsqueda común de sentido. La búsqueda del Dios Encarnado vincula fe y vida: Dios tiene que estar en nuestras culturas, en nuestros lenguajes, en nuestra historia. Por ello la Iglesia, convencida de la armonía profunda entre fe, razón y humanidad, ha buscado siempre aportar a la reflexión y a la formación profesional y humana de las personas.
Los cristianos, desde una tradición particular que es parte de la cultura de muchos peruanos, también pueden aportar en el debate y discernimiento ético de la nación. No solo nosotros, también otras iglesias, así como diversas tradiciones culturales ancestrales de la patria u otras instituciones civiles, pueden y deben contribuir al diálogo ético entre nosotros.
Una nación no puede renunciar al diálogo sobre el bien común y resignarse al silencio moral en nombre de ningún pragmatismo o progreso aparente como ha sucedido en ocasiones en nuestra historia. Tampoco debe permitirse acallar ninguna voz en una construcción que es por definición colectiva.
Los principios éticos de nuestras tradiciones religiosas en general ya son parte de la vida social, el problema mayor suele ser el discernimiento concreto de las situaciones reales que afectan la vida de personas e instituciones. Jesucristo nos dejó una bella tradición de criterios para discernir el bien en contexto y situación, y de cómo relacionarse con la ley.
La tradición cristiana, finalmente, puede ofrecer al Perú la secular sabiduría heredada del mismo Jesús y las primeras comunidades cristianas para la reconciliación y la resolución de conflictos. La tradición a la que pertenecemos promueve la irrenunciable dignidad de todos en una comunidad, la disposición al perdón sin renunciar a la justicia, así como la preocupación por el pobre para el fortalecimiento del bien común. Estos valores pueden aportar en la inacabada búsqueda de construir un sentido común nacional, ofreciendo criterios para la resolución no violenta de nuestros múltiples conflictos.
Lamentablemente, los católicos no siempre somos fieles al tesoro de nuestra tradición. No siempre promovemos el diálogo reflexivo.
No siempre hemos ayudado a la vida ética de la nación centrándonos en la moral privada y tendiendo al juicio apresurado. No siempre hemos sido signo de reconciliación con justicia en el Perú. No siempre somos fieles a lo mejor de nuestra tradición; sin embargo, más allá de las fallas de nuestra historia –por las que nos corresponde dolernos y en ocasiones pedir perdón– sabemos que la tradición viva que llevamos entre las manos es un regalo precioso para la patria, con testimonios inmensos de contribución al bien del Perú actuales y muchos más a lo largo de su historia, que hoy una vez más estamos llamados a renovar con sabiduría, sentido crítico y fidelidad creativa.
Columna publicada en el diario La República