Compartimos la homilía pronunciada por el P. Provincial Víctor Hugo Miranda SJ en la Eucaristía por la Fiesta Titular de la Compañía de Jesús, celebrada el 1° de enero en la Parroquia Nuestra Señora de Fátima (Miraflores, Lima).

El 1° de enero la Iglesia celebra una fiesta central, la Solemnidad de María, Madre de Dios. Es decir que festejamos de manera especial la maternidad de María. En el pasado, en la misma fecha, se celebraba la imposición del nombre de Jesús, fiesta que ha sido trasladada al 3 de enero. Dado que nuestra Compañía lleva justamente el nombre de Jesús esa era la fecha en la que los Jesuitas celebrábamos nuestra fiesta titular. En honor a esta antigua tradición es que hoy nos hemos reunido para homenajear a María Nuestra Madre y al mismo tiempo celebrar por adelantado la fiesta de los Jesuitas, dando así gracias por el año que acabamos de despedir y para pedir juntos porque el año que acabamos de empezar venga lleno de alegrías y consolación.

En la primera lectura hemos escuchado un texto del libro de los Números, uno de estos libros que en la tradición judía hacen referencia a la ley que debe cumplir el pueblo de Dios. Y algo que se nos señala y resalta en este texto tiene que ver con una constante en los textos bíblicos, a lo largo del antiguo y nuevo testamento: la alianza entre Dios y el ser humano. El convenio, el vínculo, el acuerdo, el matrimonio que se da entre lo divino y lo humano. El Señor se comunica a través de Moisés, y le enseña a su pueblo a bendecirlo, a bendecir en su nombre. Y en consecuencia de esta bendición que hace el pueblo es que Dios bendice a su pueblo. Hay un acuerdo de reciprocidad, de fidelidad. Un acuerdo al que Dios, aunque a veces no nos lo parezca, siempre es fiel.

Y la mayor fidelidad de Dios se expresa en lo que estamos celebrando estos días, la Navidad, el Nacimiento del niño Jesús, lo que llamaríamos en términos teológicos, la Encarnación de Dios, el Misterio del Dios, que en su omnipotencia e inmensidad, se hace uno de nosotros, de carne y hueso, pequeño y frágil, recién nacido, dependiente de nosotros. Eso es algo que a mí siempre me sorprende. Cómo Dios pudo fiarse tanto de nosotros, de María, de José, para confiarles a un recién nacido. Recuerdo que la primera vez que me fiaron a uno de mis sobrinos recién nacidos hace mucho tiempo, me acercaba temeroso a asegurarme que respiraba mientras dormía. Los recién nacidos son tan frágiles, dependen tanto de sus padres. Les puede pasar cualquier cosa. Y así se puso Dios, en la mayor fragilidad posible. Y desde esa fragilidad, como nos lo recuerda el inicio del Evangelio de Juan, que escuchamos ayer, decidió poner su “tienda”, su “morada”, su “carpa” entre nosotros. Quiso compartir su vida, la vida de Dios, con nosotros.

Es en honor de este mismo Jesús por quien los jesuitas celebramos nuestra fiesta titular. San Ignacio no quiso que lleváramos su nombre o el de sus compañeros, quiso que lleváramos el nombre de Jesús, para que sea Jesús quien guíe nuestros pasos, para que centremos siempre nuestra mirada en Él. En la Provincia Jesuita del Perú somos 126 jesuitas. Y promovemos cerca de 50 instituciones en el país. Atendemos temas educativos, sociales, pastorales. Y son muchas más las personas comprometidas con esta misión, laicos y laicas, así como religiosas con las que compartimos la misma espiritualidad, la ignaciana; y del mismo modo con diversos hombres y mujeres de bien que quieren construir un país mejor. Llevar el nombre de Jesús en nuestro estandarte nos hace reconocernos frágiles como el pequeño niño nacido en Belén, pero necesitados del amor y de la misericordia del Señor. Y desde esa misericordia nos toca mirar el mundo, a nosotros mismos, y a los demás, para tratar de renovar esa alianza entre Él y nosotros.

Nuestro país no la está pasando bien. Hay mucha gente descontenta, desilusionada, quebrada. Hay una profunda crisis ética, de representatividad, de confianza, en aquellos que ostentan la autoridad. Hay mucha gente que sufre, por distintas razones, económicas, sociales, personales, de salud física, de salud mental. Hoy nos faltan muchos hermanos. Nuestro país, nuestra Iglesia, necesita que recuperemos el espíritu que tuvo Ignacio de Loyola y los primeros compañeros, de comunicar a los demás la centralidad de Jesús en nuestras vidas. Por ello desde la Compañía de Jesús queremos colaborar junto con ustedes, con todos los actores en la sociedad, en la construcción de una Cultura del Encuentro. Queremos asumir el compromiso de hacer de nuestras comunidades, plataformas, parroquias, centros pastorales, casas de retiro, obras sociales, colegios y centros de educación superior, espacios de promoción del encuentro y del diálogo. Lo queremos hacer desde la certeza de que así se expresa una parte importante de la misión que Cristo nos confía en el Perú de hoy, lo que debe movilizar nuestros corazones y dinamizar nuestra creatividad.

Hoy que celebramos esta fiesta, en la que recordamos la maternidad de María y los jesuitas celebramos también el nombre de Jesús, pidámosle a nuestra Madre, la Virgen de Fátima, la Virgen Inmaculada, que nos encamine hacia su Hijo, que dirija nuestros pasos hacia Él.

Amén.

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