Queridos hermanos:
La Compañía de Jesús se une al sentimiento de dolor de toda la Iglesia por la muerte del Papa Emérito, Benedicto XVI, al mismo tiempo que da gracias a Dios por el don de su persona a la Iglesia y al mundo.
Son muchos los motivos que tenemos para recordarlo con hondo afecto y gratitud, no sólo por su servicio a la Iglesia universal como Vicario de Cristo, sino por su reiterada estima hacia nuestra Compañía.
En su larga vida, Joseph Ratzinger conoció muy de cerca la Compañía de Jesús en sus fortalezas y en sus límites. Su fecunda actividad como estudioso y profesor de teología en Alemania, su labor como experto durante el Concilio Vaticano II y su responsabilidad como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, le llevaron a encontrarse con muchos jesuitas comprometidos en el servicio de la reflexión teológica, bíblica, filosófica y del derecho canónico, y a dialogar y colaborar con ellos, de manera positiva y franca y, al mismo tiempo, sin eludir las dificultades, pero siempre buscando con sinceridad el mayor bien de la Iglesia. Baste recordar su profunda estima por el P. Henri de Lubac – uno de los autores que más ha influido en él – o el interés y alta valoración de la Universidad Gregoriana tal como lo expresó durante la visita realizada en noviembre de 2006. El recuerdo de Benedicto XVI nos motiva a continuar trabajando con absoluta entrega y seriedad en la investigación y estudio de la teología, al servicio de la fe y de la cultura contemporánea.
Joseph Ratzinger también conocía y apreciaba la espiritualidad ignaciana. Poco después de su renuncia al pontificado, respondiendo a una pregunta acerca de sus plegarias preferidas, citó sobre todo el Sume, Domine, et suscipe de San Ignacio. En otra ocasión, dijo sobre esta oración que “siempre me parece demasiado elevada, de tal manera que casi no me atrevo a decirla y, sin embargo, deberíamos siempre, una y otra vez, hacerla nuestra”. La segunda de sus oraciones preferidas es atribuida a San Francisco Javier: “Yo te amo porque eres mi Dios […]. Te amo porque Tú eres Tú”. Pero aquello por lo que le sentimos particularmente cercano ha sido por su amor personal a Jesucristo y por su apasionada y constante búsqueda del “rostro del Señor”, magistralmente expresada en su trilogía sobre Jesús de Nazaret. Por ello el recuerdo de Benedicto XVI permanece entre nosotros como una invitación a conservar y cultivar una relación viva con la persona de Jesús, sin el cual nuestra vida pierde su sentido más profundo.
Durante el pontificado de Benedicto XVI no faltaron difíciles desafíos que supo afrontar con humildad, coraje y constancia, dando orientación y ejemplo a toda la Iglesia. Pienso de manera especial en la dramática y dolorosa realidad de los abusos sexuales por parte de sacerdotes y religiosos, de los cuales tampoco nosotros, lamentablemente, estamos exentos. El modo como Benedicto XVI cargó sobre sí el peso y las consecuencias de este incalificable pecado de la Iglesia nos ha puesto a todos en el recto camino de la toma de conciencia de una situación tan dolorosa, de la escucha de las víctimas, de hacer justicia en cada caso, de encontrar el modo de reparar el daño causado y poner los medios para prevenir que se repitan situaciones de esta naturaleza. Un camino por el que debemos continuar, de una manera mucho más atenta, avanzando junto con toda la comunidad eclesial y con todas las instancias de la sociedad civil. La coherencia de nuestro testimonio de vida y el compromiso por una conversión, siempre posible con la gracia de Dios, son exigencias de la vida cristiana, religiosa y sacerdotal que hemos de tener presentes constantemente.
La Compañía de Jesús, reunida en la Congregación General 35 y encabezada por el recién elegido Superior General, P. Adolfo Nicolás, tuvo la ocasión de sentir y gustar la cercanía y afecto de Benedicto XVI cuando el Papa la recibió en Audiencia el 21 de febrero de 2008. Su excelente discurso nos condujo al centro de nuestra identidad espiritual y nos motivó a vivir con determinación y entusiasmo la plural misión que caracteriza a la Compañía al servicio de la fe, de la justicia, de la cultura, entre los pobres y con los pobres, “sintiendo con la Iglesia y en la Iglesia” y con aquella devoción “efectiva y afectiva” que hace de los jesuitas “preciosos e insustituibles colaboradores” del Vicario de Cristo. Fue aquel un momento de consolación y confirmación espiritual al comprobar la mutua y fluida relación entre la Santa Sede y la Compañía, que – en palabras del primer Decreto de la CG 35 – nos invitaba a vivir nuestra misión “con renovado impulso y fervor”, compromiso al que seguimos intentando dar cada día respuesta, con la ayuda del Señor y a pesar de nuestras limitaciones.
Con su renuncia al pontificado, Benedicto XVI nos ha proporcionado una brillante lección de humildad y de libertad espiritual capaz de anteponer a cualquier otra cosa el bien de la Iglesia universal. Hoy nos unimos a toda la Iglesia y al Papa Francisco en oración de gratitud al recordar con admiración el testimonio de coherencia personal de Joseph Ratzinger y la profundidad del magisterio de Benedicto XVI. Lo despedimos confiados en que el Señor será grande con él al recibirlo en la morada preparada desde siempre para quienes le entregan su vida con generosidad.
Fraternalmente suyo en nuestro Señor,
Arturo Sosa SJ
Superior General