Jorge Beneito es un sacerdote jesuita español. En el curso de los años vivió en Perú largo tiempo, y posteriormente en Haití, en donde reside actualmente. Acostumbrado a vivir en países diferentes, también con idiomas distintos, su postura al llegar al país centroamericano fue la de “no juzgar, no opinar, no establecer comparaciones”, sino “integrarse e intentar absorber lo que se encuentra”.
Su estadía en este país inició en el norte, en una parroquia rural en la frontera con la República Dominicana. Allí aprendió el criol y se introdujo en el mundo rural. El segundo año, en Puerto Príncipe, el religioso se ocupó de realizar talleres de meditación en la casa de retiros. El tercer año, la comunidad que acogió al sacerdote también en Puerto Príncipe, lo vio convertirse en el director de la oficina de desarrollo y administrador general de la región de Haití.
El padre Manuel Cubías de la redacción de Vatican News conversó con él sobre la realidad política del país, la corrupción, y la vida de la Iglesia.
Poder y dinero en manos de unos pocos
En relación a la realidad política del país, el padre Jorge Beneito indica que la situación política está marcada por una gran corrupción: la clase política, explica, tiene en su haber mucha influencia, dinero y poder, distribuidos entre unos pocos, que a su vez entre sí «no se entienden».
Esta situación “ha generado cambios de gobiernos y de presidentes”: el presidente actual Jovenel Moïse, cumplirá su mandato el año próximo, de modo que desde el punto de vista internacional la «fachada» – constata – está “normal». Pero de hecho, “tiene una oposición tan grande que van más de seis meses sin que se haya podido constituir gobierno ni tener primer ministro”.
“Hay un grupo que controla y tiene mucho dinero, mientras que el resto del país – 10.5 millones de personas – miran y sufren las consecuencias”.
Gran corrupción
Para comprender la corrupción, el jesuita presenta un hecho: Venezuela concedió a Haití y a República Dominicana créditos muy importantes – se habla de 2.300 millones de dólares en petróleo, con intereses blandos – . La idea era desarrollar proyectos de infraestructura. República Dominicana invirtió «suficientemente bien el capital»- explica el sacerdote – pero en Haití, de una forma «maravillosa» los 2.300 millones prácticamente se «evaporizaron». Como resultado, quedó la falta de dinero, de infraestructuras y la escasez de combustible.
Es difícil salir de esta espiral de corrupción
¿Se puede salir de esta situación? El padre Beneito no tiene muchas esperanzas en este sentido: tilda, de hecho, la salida de esta crisis como como “difícil”, dada la lucha entre los grupos de poder. “Como jesuitas – explica – hemos lanzado en todos los medios del país un manifiesto para fomentar el diálogo entre las partes, lo que ha formado una especie de conferencia entre todos, pero que no ha progresado. Es difícil».
Dejados al libre destino
El sacerdote señala otro aspecto: tras la sucesión de hechos que siguió la presidencia de Jean-Bertrand Aristide, las Naciones Unidas enviaron una fuerza militar internacional. La misión de la ONU en Haití era asegurar la paz y estabilizar el país, tras años de dictaduras y conflictos entre aliados y enemigos de Aristide.
“Hemos tenidos una fuerza de ocupación de 8 mil personas, con sus equipos multidisciplinarios. Se fueron el año pasado, y quedó una pequeña parte militar para apoyar en la formación de la policía nacional, que se marchará el año próximo. Entonces desde el punto de vista de las Naciones Unidas, es decir, desde el punto de vista internacional, Haití estaría en paz”, lamenta.
A pesar de todo la vida sigue
A pesar de la situación ilustrada, el padre Beneito no deja de hablar de la entereza de la gente del país, que aún ante las tremendas adversidades sigue manteniendo la alegría:
“La gente se ríe – dice. La gente hace mucha fiesta. Suena el tambor y empieza el baile, los niños siguen jugando, las escuelas funcionarán mal o bien, pero los gritos de los pequeños felices están allí, o sea que la vida sigue, yo no sé cómo, pero maravillosamente la vida se adapta a cualquier cosa y la vida florece en Haití. Con una carencias de medios enormes, con un dólar y medio al día, la vida continúa y es posible seguir esperando. Yo diría que la sensación general no es de desesperanza, es de “aquí estamos”, “tenemos que hacer lo que podamos con lo que tenemos y lo que somos”. De repente, quien es afortunado, tiene algún familiar que trabaja en otro país, y entonces llegan las remesas para las familias. A pesar de toda esa elite impresentable, la vida sigue y es amable”.
La labor de la Iglesia
La Iglesia en Haití tiene su conferencia episcopal, dos diócesis arzobispales, un cardenal y diversas parroquias. La población católica en Haití está alrededor del 40, 45%, mientras que el resto de la población es mayormente cristiana evangélica. El vudú también está – explica el padre Jorge – pero públicamente no aparece en ningún sitio. En este contexto la Iglesia tiene influencia en la opinión pública: hay una voz con autoridad que está hablando continuamente, que llama al diálogo. Pero además, la Iglesia está manteniendo la fe de nuestro pueblo que sigue creciendo. Las escuelas reciben instrucción religiosa y hay una gran presencia en la educación privada de las órdenes religiosas. De modo que la Iglesia mantiene una presencia en medio del pueblo y, la esperanza, está allí.