Por Andrés Cardó Franco (exsenador de la República y exministro de Educación)

El 1° de enero, al participar de la Eucaristía que se llevó a cabo en la Iglesia Nuestra Señora de Fátima, conmemorando la Fiesta Titular de la Compañía de Jesús, me vino la idea de escribir algunas líneas que, en este significativo Año Ignaciano, las hago como un modesto aporte a la obra que en educación y cultura han desarrollado los Jesuitas a lo largo de varios siglos, pues nada menos que hace 453 años que pisaron tierra peruana.

Los misioneros católicos, desde el inicio de la Colonia, buscaron el acercamiento a los indígenas utilizando medios esenciales, como fue el uso de la lengua vernácula. Los Jesuitas fueron pioneros en esta tarea y como dice Porras Barnechea en su estudio preliminar de los cronistas del Perú: “los quechuistas descubrieron la estructura de la lengua indígena, su urdimbre moral, su riqueza alegórica, sus proverbios y sus adelantos técnicos y culturales”. El Inca Garcilaso de la Vega narra el valor de la lengua general del imperio y citando al padre Blas Valera reconoce que bastará que a los indios se les enseñe la fe católica por el lenguaje general del “Cozco”, el cual no se diferencia mucho de las demás lenguas del imperio.

El P. Cristóbal de Molina, según narra Raúl Porras, se dedicó con amor y tesón al aprendizaje del quechua en 1556 y predicaba a los indios en esa lengua. Escribió su Historia de los Ingas, con la característica del gran canonista de la liturgia india.

El mismo historiador se ocupa del jesuita José De Acosta, a quien llama “el Plinio del Nuevo Mundo”, por su Historia Natural y moral de las Indias, primer gran inventario de la naturaleza americana y ensayo de coordinación de las leyes físicas del nuevo continente con las teorías y ejemplos del antiguo. De Acosta, que llegó al Perú en 1572, se desempeñará como director del Colegio San Pablo de Lima en 1575 y, sin autorización del virrey Toledo, fundará un colegio en Arequipa que será clausurado.

“La estadía de De Acosta en el Perú y su benéfico influjo sobre nuestra naciente cultura se manifiesta en su participación en el Concilio provincial limeño que más que una reunión eclesiástica parece un congreso de lingüística sudamericana, por la afluencia de quechuistas y aymaristas. Allí se ordenó publicar unos catecismos en quechua y aymara para adoctrinar a los indios y se encomendó esta labor al padre De Acosta, tarea que cumplió con la colaboración de otros sacerdotes. Llevó a cabo la obra, publicando en 1584, en la imprenta de Antonio Ricardo la doctrina cristiana y catecismo, para instrucción de los indios, que es no solo la primera publicación quechua y aymara que se hizo en el mundo, sino el primer libro impreso en el Perú y en Sudamérica” (1).

Mucho se podría recordar sobre la obra jesuítica que en la educación se desarrolló en las zonas de la Sierra y Costa de nuestro país durante la Colonia y comienzos de la Republica.

Samuel Fritz

Durante la época colonial, los jesuitas incursionaron en la región amazónica. Merece la pena resaltar el hecho histórico que fue la elaboración del primer mapa sobre el Amazonas del P. Samuel Fritz, de la Compañía de Jesús, que abarca el gran río Amazonas y fue dedicado a Felipe V de España. Se comenta, y no sin base, que este mapa fue utilizado por el Reino de España, entre otros documentos, para defender la integridad del territorio de Perú frente a los propósitos expansionistas del Reino de Portugal.

Cuando trabajé en Indiana, río Amazonas, tuve que coordinar experiencias con los PP. Martín Cuesta y José María Guallart de la Compañía de Jesús, quienes trabajaban en el Alto Marañón y fueron pioneros en la educación bilingüe intercultural. Por muchos años, en lo que es el Vicariato Apostólico San Francisco Javier de Jaén, siguen trabajando los continuadores de su obra con los grupos Awajún, especialmente en el río Marañón y en Santa María de Nieva, antigua sede de los misioneros.

En la última parte de este trabajo quiero referirme, lamentando cualquier posible omisión a las obras educacionales que la Compañía de Jesús sostiene en el Perú en la actualidad, como ejemplo del trabajo que se realiza en algunos lugares de la Sierra peruana, al llevado a cabo en Quispicanchi Cusco, Andahuaylillas, con el Centro de Formación Profesional que por muchos años impulsó el P. José Ramón González, el apreciado Moncho. En la costa, desde hace varias décadas, se trabaja en el CIPCA con los agricultores de los valles de Piura. En Tacna está el Colegio Cristo Rey que atiende educación básica, en Arequipa el Colegio San José y en Piura el Colegio San Ignacio también brindan educación primaria y secundaria.

Digna de recordar es la obra del P. Rubén Vargas Ugarte SJ, historiador y también rector de la Pontificia Universidad Católica en sus primeros años. En el campo universitario, un buen número de sacerdotes jesuitas han venido brindando su aporte a la juventud peruana. El antropólogo P. Manuel Marzal y el historiador P. Armando Nieto son dos ejemplos de profesores que han dejado huella en las aulas universitarias de la PUCP.

A los sacerdotes Raymundo Villagrasa y Juan Julio Wicht se les recuerda en la Universidad del Pacífico como un gran rector (el primero) y al segundo como un gran científico.

Una de las hermosas obras que la Compañía de Jesús crea en el presente siglo ha sido la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Por su acción presente y su trascendencia futura, está llamada a seguir cumpliendo un gran papel en la educación superior del país. La Universidad se crea sobre la base del Instituto Superior que propuso la Compañía y del cual tuve el honor de hacer aprobar la ley que lo crea, siendo Senador de la República, junto con otros amigos de los Jesuitas en el Senado y en la cámara de Diputados. En este caminar y sin desmayar, nunca dejó de estar presente la figura del gran filósofo jesuita P. Vicente Santuc, quien llegó a ser el primer rector de la Universidad.

Ahora quiero referirme al centenario Colegio de la Inmaculada con una trayectoria histórica tan digna en apoyo de la obra educativa y formación cívica de los peruanos. No podemos olvidar que después de la expulsión de la Compañía de Jesús correspondió al general Mariano Ignacio Prado la autorización de la reapertura del colegio que nos ocupa. Sería difícil pretender no mencionar y ocuparme de tan buenos educadores que dirigieron y pasaron por las aulas de este colegio. Me referiré solamente al inolvidable e incansable luchador por la educación, el P. Felipe Mac Gregor SJ, quien fue profesor y director del Colegio, y en 1953 fue promotor del Consorcio de Colegios Católicos y presidente de este. En 1954 se crea la Oficina Nacional de Educación Católica (ONDEC) que los obispos ponen en marcha bajo la orientación del P. Mac Gregor. Las últimas décadas de la vida del padre Felipe fueron entregadas al servicio de la Pontificia Universidad Católica del Perú, a él se le recuerda no solo como impulsor e innovador de la institución, sino también por el crecimiento y vinculación nacional e internacional que adquirió con él la PUCP. El P. Mac Gregor tuvo una visión de futuro y de lealtad a los principios de la educación cristiana, y buscó el reforzamiento de la peruanidad entre profesores y alumnos de esta.

El P. Ricardo Morales Basadre fue un sacerdote jesuita que un buen número de años estuvo como profesor y director del Colegio de la Inmaculada. Trabajó igualmente en el Consorcio de Colegios Católicos y en la ONDEC. Durante la década de 1970 formó parte de la comisión que elaboró el proyecto de la reforma educativa peruana de esa época. Ante la ruptura de la democracia en 1979, promovió la creación del Foro Educativo que auspició la creación del Consejo Nacional de Educación, que también presidió.

En Puebla, el episcopado latinoamericano dijo: los pobres y los jóvenes son la esperanza de la Iglesia en América Latina y su evangelización es por tanto prioritaria. Sin menoscabar el mérito de iniciativas existentes a favor de esta causa por parte de congregaciones, parroquias y grupos apostólicos, brevemente presento la experiencia del movimiento Fe y Alegría. Lo hago por dos consideraciones básicas: la primera es la originalidad del modelo asumido en su filosofía de trabajo y el financiamiento del mismo, y, en segundo lugar, porque fue Fe y Alegría una iniciativa de la Compañía de Jesús y además es obra conjunta de numerosas congregaciones y miles de laicos comprometidos por la educación y que después de más de 50 años sigue reafirmando su opción por los pobres. Tuve la oportunidad de casi ver nacer a Fe y Alegría en el Perú cuando como funcionario de Educación recibí a su fundador, el P. José María Vélaz, quien acompañado del entonces P. Augusto Vargas Alzamora, posterior cardenal del Perú, trataban con el Ministerio de Educación la puesta en marcha de las primeras obras de Fe y Alegría en el Perú.

Queda incompleto lo escrito sobre Fe y Alegría si no se trae a la memoria el esfuerzo, sacrificio y dedicación que por muchos años mostraron los PP. Juan Cuquerella, Antonio Bach y Jesús Herrero, llegando a ser este último también presidente del Consejo Nacional de Educación.

¡Honor y gratitud a San Ignacio de Loyola, que sirviendo a la Iglesia nos dejó a la Compañía de Jesús!

(1) Datos extraídos de La Iglesia y la educación en el Perú, Andrés Cardó Franco, año 2002