Celebramos hoy la fiesta de San Pedro y San Pablo, una fiesta importante en la Iglesia, una fiesta que nos remonta a los orígenes del cristianismo, a los tiempos de formación de las primeras comunidades cristianas. No es sin embargo ninguna coincidencia que hoy nos reunamos en la Casa donde se forman los jóvenes jesuitas en Humanidades, aquellos que están en los inicios de su vida de jesuitas, que se están formando para la misión, para homenajear a un hombre tan importante para todos nosotros y de manera especial para todos los que hemos sido formados por el profesor Carlos Gatti Murriel.

Después de haber vivido la experiencia fundante del Noviciado, la tradición de la Compañía establece que se debe continuar con los estudios de Humanidades y Filosofía. Las Humanidades son una marca fundamental de la formación jesuita. Es nuestro sello de distinción. Es el plus que San Ignacio quiso que la Compañía de Jesús aportara en los tiempos de crisis que le tocó vivir. La Reforma desnudó una serie de vicios y puso en relieve la crisis de la iglesia de su tiempo. Ignacio de Loyola, consciente de esta crisis, apuesta por “enseñar letras de humanidad a los estudiantes”, tal como lo precisa en las Constituciones de la Compañía. Los jesuitas deberían formarse del mejor modo para poder servir mejor, A Mayor Gloria de Dios. El Magis había nacido.

En el Perú, como en toda la Compañía en América Latina, hemos tenido grandes maestros. Yo no conocí a Idígoras ni a Rouillon, pero mis mayores en la Compañía los recordaban con cariño y admiración. Cuando yo llegué a la Ruiz de Montoya, después del Noviciado, ya no era la escuelita que fundó Vicente Santuc inspirado en las escuelas griegas de filosofía, y tampoco era todavía la universidad que hoy alberga a tantos alumnos. Me tocó vivir un tiempo de transición. Tuve la suerte de coincidir con Vicente Santuc. Y tuve la suerte también de ser alumno de Carlos Gatti. Ese privilegio que algunas generaciones anteriores a mí tuvieron y que las actuales generaciones siguen teniendo. 

Carlos nos enseñó a todos los que nos cruzamos con él a amar la literatura, a dejarnos tocar por ella, a dejarnos confrontar por ella. Si Vicente era el hombre que le imprimía el sello de la filosofía a la Ruiz de Montoya, Carlos era quien nos presentaba de modo tan delicado y elegante a los grandes de la literatura universal. Al más puro estilo de Dante Alighieri quien nunca deja a su protagonista recorrer el camino solo, Carlos no dejaba que recorriéramos el camino de la literatura, de las Humanidades, solos. El iba a nuestro lado mientras nos adentrábamos en los entramados de Homero, Virgilio, Dante o Pedro Salinas. Y hoy nos toca agradecerle.

En el Evangelio de hoy hay un proceso interesante, que muestra el camino de los discípulos. Ellos no lo saben y no lo entienden, pero están en medio de un camino de crecimiento, de formación. La pregunta de Jesús es clave. ¿Quién soy yo? No solo les pregunta quién dicen la gente quién es, sino quién es él para ellos. Jesús los ha llamado, los ha convocado, comparte la vida con ellos, les va mostrando el camino del Reino, pero ellos no entienden del todo qué está sucediendo, no solo con Jesús, no solo en el ambiente, sino en ellos mismos. Eso no lo pueden saber todavía, y no lo harán hasta que Jesús ya no esté con ellos. Solo al partir el pan, al recordar las historias vividas, al releer sus vidas con Jesús, podrán identificar que el corazón siempre estuvo ardiendo.

Esa es la experiencia del cristiano, del discípulo. Esa es la experiencia que vivimos nosotros los jesuitas, a través de la formación. No siempre sabemos para qué estudiamos lo que estudiamos, ni para qué tenemos las experiencias que vivimos. Nos acompaña una especie de confianza en el cuerpo de la Compañía y en quienes la Compañía nos pone en el camino, superiores, espirituales, formadores, maestros. Y uno de estos maestros, para tantos de nosotros, algunos de los cuales estamos aquí presentes, y muchos de los cuales andan en distintas partes del mundo, en Bolivia, en Ecuador, en Roma, en París, en Madrid, en Colombia, en Brasil, en Chile, en Honduras, y en tantos lugares. Para todos Carlos es un maestro, que nos ha ayudado a su manera a hacernos la pregunta de quién es Jesús para nosotros, quién es Dios para nosotros, qué sentido profundo tiene nuestra existencia, nuestra humanidad, nuestra vocación, a través de la literatura, de las humanidades, que han ido tallando nuestra reflexión, nuestra capacidad de profundizar, nuestra sensibilidad.

Que en la fiesta de Pedro y Pablo, discípulos del Señor, que a su vez fueron maestros de otros, que fundaron comunidades, que mantuvieron a sus comunidades unidas a través de sus escritos, de su presencia, que pusieron en el centro de sus vidas y de las de sus comunidades a Jesús, el Mesías, el Cristo, nos unamos en este homenaje a quien ha sido y es maestro nuestro, de tantos jesuitas, de tanta gente. Que esta fiesta sea ocasión de celebrarte Carlos. Que no perdamos lo que aprendimos contigo y de ti, que seamos capaces de sentir, de escuchar, de leer a profundidad la vida que pasa por nuestros dedos, que seamos sensibles a los demás, a lo que viven, que seamos capaces de acompañar caminos de profundización en nosotros mismos y en los demás, que sepamos ayudar a otros a hacer su propio recorrido de la búsqueda de sentido de la vida.

Quisiera concluir con un poema que me acompañó durante mis estudios de Humanidades y Filosofía y que trabajé con Carlos cuando era tutoreado suyo:

«Forjé un eslabón un día

otro día forjé otro

y otro.

De pronto se me juntaron

—era la cadena— todos.»

Pedro Salinas

Amén

P. Provincial Víctor Hugo Miranda SJ