A un mes del Encuentro de mujeres “Camino y vida de las mujeres de los Pueblos Originarios de América Latina” promovido por la Red de Solidaridad y Apostolado Indígena (RSAI) de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL), las consolaciones y memoria agradecida por el tiempo compartido, siguen siendo una importante motivación para el conjunto de participantes de este Encuentro. El espacio de hermandad y la conexión con la sabiduría de cada uno de los pueblos originarios, hicieron posible compartir “las luchas, búsquedas, y resistencias” de cada una de las mujeres y de sus comunidades, y con ello una importante presencia del espíritu de solidaridad que es fundante para tomar impulso en las luchas.
Las historias personales y comunitarias de las 46 mujeres de 20 naciones originarias que participaron de este Encuentro, fueron una importante /qhawana/ ventana para presenciar los desafíos de las Mujeres Indígenas en América Latina. Si bien no hubo una representación del total de las naciones originarias, y por ende muchas luchas aún no son visibles; este importante representación permitió identificar las principales coincidencias de los desafíos en nuestro territorio latinoamericano. En un informe emitido el 2017 por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, se hace un énfasis especial de que existe un vínculo estrecho entre los actos de violencia y la discriminación histórica que enfrentan las Mujeres de pueblos originarias por la intersección de su género, origen étnico y frecuente situación de pobreza a la que son sometidas. “El informe señala que, a lo largo de la historia, las mujeres indígenas han sufrido racismo, exclusión y marginación, que influyen en la discriminación estructural que siguen enfrentando en todos los sectores de la sociedad” 1
Las manifestaciones de violencia que se hicieron visibles en el Encuentro fueron la violencia doméstica o intrafamiliar, la violencia en contexto de proyectos de inversión y de extracción, la violencia en el ejercicio de los derechos económicos, sociales y culturales, la violencia contra las lideresas y defensoras indígenas que trabajan para promover y defender sus derechos humanos, y la violencia en el medio urbano y durante procesos migratorios y de desplazamiento. Todas estas manifestaciones de violencia, tienen un importante impacto en el espíritu y la vida diría de las mujeres y de sus pueblos, y que a su vez son la motivación de resistencias y luchas, luchas que son históricas.
Desde mi ser de mujer andina y en proceso de encuentro con mis raíces indígenas, pero sobre todo por el entorno de mi apostolado y mi apuesta en el trabajo de la promoción de derechos en el entorno familiar; llamó poderosamente mi atención los innumerables relatos de violencia doméstica o intrafamiliar que fueron narradas por las compañeras en una interesante metodología y espíritu de hermandad que se impulsó en el Encuentro. Estamos en una época donde brota como caudales de un río, los innumerables testimonios de violencia de género que hemos y estamos viviendo como mujeres de diversas identidades, contextos, y desde edades muy tempranas. Y como todo desborde de agua genera inundaciones y no podemos continuar sino atendemos este llamado; podemos caer en dos posibles escenarios: como mujeres vivir con la herida expuesta y sangrante en los momentos más significativos de nuestras vidas; o como el conjunto de la comunidad y sociedad pedirnos a nosotras mismas que no tiene sentido volver a nuestras heridas y que más bien hay desafíos más grandes a los que es necesario sumarnos para resistir y luchar.
Desde nuestra identidad de sentirnos creación del Dios Padre y Madre, sabemos que las heridas son una gran oportunidad para la sanación “somos manantial que brota desde nuestras entrañas con la sabiduría para escribir una nueva historia; somos mar de agua salada que purifica y sana, que regenera y que nos limpia del machismo y del patriarcado que nos han impuesto por siglos” 2 y que como Iglesia y cuerpo apostólico de la Compañía de Jesús estamos llamados a “avanzar en el establecimiento de una cultura del cuidado y de la protección de personas en situación de vulnerabilidad y a relaciones en sinodalidad e igualdad de género que sean testimonio contracultural de superación de cualquier sexismo” 3.
En el Encuentro hemos vivido varios momentos de luz que nos encaminaron a dar pasos significativos en la sanación. Uno de los primeros momentos significativos es el encontrarnos entre hermanas de varias naciones, con contextos comunitarios diversos y pese a las distancias geográficas, escucharnos e identificarnos con las historias de la otras, con sus dolores y esperanzas. La identificación con la otra y con su historia, nos lleva a salir de nuestro dolor, que muchas veces se encasilla por llevarlo en soledad e incomprensión. “Somos Aire, somos soplo de La Ruah (La Espíritu) que trae nuevas voces, nuevos siete dones de saber mirarnos con ternura, don de compasión, don del cuidado, don de la belleza, don de la resistencia y el don de la entrañabilidad, para todas nosotras para que nadie se quede atrás” 4
La narración oral en los pueblos originarios ha significado históricamente la conservación de los saberes, y más aún cuando la narración se nutre con más voces y sentires. La narración después de escuchar a las otras, trae consigo nuevos elementos y maneras de entender. Como mujeres darnos cuenta de que la violencia contra las mujeres es un problema público y que tiene su origen en la desigualdad de género, el abuso de poder y la existencia de creencias y normas dañinas, nos quita la carga de la culpa y la culpabilización exclusiva del otro (esto no significa que se deba omitir la responsabilidades personales en el plano civil o penal). Es el camino a entender que tanto hombres como mujeres somos víctimas de este sistema donde prevalecen los estereotipos y creencias de superioridad y aprovechamiento de unos sobre otros y donde la violencia es consecuencia.
La reconexión con nuestras ancestras y hacernos las preguntas de ¿Qué nos dirían ellas ahora? ¿Qué nos recomendarían para seguir adelante?, nos permitió sabernos acompañadas en nuestra historia familiar y comunitaria, reconocernos que somos parte de una historia de luchas y conquistas, y en algunos casos, nos animó a pedir perdón y escuchar aquellos perdones que quizás fueron expresados y aquellos que no. Si nosotras sanamos, sanamos a nuestras ancestras y generamos mejores condiciones para las nuevas generaciones.
Tener momentos para resignificar nuestras historias, y especialmente aquellas historias de dolor, considero que son un gran aporte en las luchas de las Mujeres de los Pueblos Originarios. Los desafíos a los que se enfrentan en la lucha por los territorios, por la ecología integral, por la preservación de su cultura y espiritualidad, requieren de esa fortaleza interna, comunitaria y espiritual que es casi innata en ellas, y que a su vez siempre es un llamado de renovación. “Somos fuego y, por eso, terminamos este encuentro con el calor de nuestro entusiasmo y el amor que arde en nuestros corazones para seguir dando vida”.
Karem Farfán
Delegada del Sector de Justicia Social y Ecología de la Provincia Jesuita del Perú
(Con información de la CPAL)