“Oremos con gratitud a Dios por el poderoso espíritu y la gracia de la ordenación sacerdotal del beato Pedro Kibe y oremos para que junto a los 187 mártires, se sume a la línea de los santos lo antes posible”. Esta es la invitación de la Conferencia Episcopal de Japón que anuncia la conmemoración del 400° aniversario de su ordenación sacerdotal en Roma, en la basílica de San Juan de Letrán, el 15 de noviembre de 1620.
Pedro Kibe nació alrededor del año 1587, en el seno de una familia cristiana. Todavía adolescente, sintió el llamado al sacerdocio y entró en el seminario. De joven fue catequista y, con un grupo de catequistas también japoneses, acompañó en el exilio a los jesuitas hacia Macao, cuando estos fueron desterrados en 1614. Poco después viajó a Roma donde estudió teología, se ordenó sacerdote y entró en la Compañía de Jesús como novicio. Continuó el noviciado en Portugal, donde hizo la profesión religiosa y emprendió el viaje de retorno a Japón. Desde su llegada en 1630, misionó en la clandestinidad primero en Nagasaki, hasta 1633, y luego pasó a las regiones del norte, Oshu y Dewa. En 1638 fue apresado, con algunos de sus catequistas y llevado a Edo (Tokio). Fue martirizado en la «horca y fosa» y quemado a fuego lento, en Edo, en julio de 1639, junto a dos de sus catequistas, a quienes el padre Pedro exhortó a perseverar en la fe hasta la muerte.
El aniversario de los 400 años de la ordenación sacerdotal del beato japonés forma parte de una serie de actividades y eventos que realiza la Iglesia nipona en vista de la causa de canonización que lleva adelante la Conferencia episcopal. Los 188 mártires de entre 1603 y 1639, encabezados por Pedro Kibe, fueron beatificados en Nagasaki, en 2008, bajo el pontificado de Benedicto XVI.
En octubre de 2019, el Comité Católico de Promoción Canónica, presidido por Mons. Naoki Otsuka, inauguró el “Encuentro de Parroquias relacionadas con los 188 Mártires» como parte de las celebraciones de los 400 años del martirio de Kioto. En sus saludos, el obispo Otsuka recordó que para la canonización, debe reconocerse un milagro de la intercesión de esos mártires beatos.