El Papa aprobó y anunció el texto de la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, el documento de Reforma de la Curia Vaticana que va a entrar en vigor el 5 de junio, solemnidad de Pentecostés.
En sus 11 capítulos y más de 240 artículos promueve una administración vaticana más profesional, más coordinada y menos clerical, con la vista siempre puesta en la evangelización. La reforma es resultado de un largo trabajo colegial y confirma un camino de reorganización aplicada por Francisco durante los últimos años. Es una apuesta por dar mayor protagonismo a los laicos y por avanzar en sinodalidad, descentralizando el poder sin romper la comunión.
A continuación, las 7 claves de la nueva constitución apostólica que regirá la Iglesia durante los próximos años y deja sin vigencia la constitución apostólica Pastor bonus, de Juan Pablo II:
1. Cualquier fiel puede dirigir un Dicasterio: En el texto se detalla no solo el funcionamiento de la Curia y de los organismos del Vaticano, sino que se da una especial importancia a la sinodalidad como medio de evangelización y de crear conexiones más fuertes en la vida de la Iglesia. Tanto es así que, entre los principios generales de ‘Praedicate Evangelium’ se especifica que “todos”, lo cual incluye a los laicos y laicas, pueden ser nombrados para llevar a cabo funciones de gobierno y responsabilidad de la Curia romana.
2. Gran importancia a la protección de menores: El documento traspasa la Comisión Pontificia para la Protección de Menores al seno de la Curia, uniéndola al Dicasterio para la Doctrina de la Fe: “La tarea es asesorar y aconsejar al Romano Pontífice y también proponer las iniciativas más adecuadas para la protección de los menores y de las personas vulnerables”.
3. Reforma de la Curia: La Curia romana ya no estará únicamente al servicio del Papa, sino que pasa a estarlo de todas las diócesis –no solo para comprobar su funcionamiento–. Asimismo, el texto insiste en la necesidad de crear mecanismos de colaboración y trabajo en red entre los dicasterios. Por último, se exige a los miembros de la Curia, así como a quienes trabajen en los distintos dicasterios, “integridad personal y profesionalidad”.
4. Reducción de dicasterios: La nueva Constitución Apostólica reduce el número de Dicasterios, uniendo aquellos cuya finalidad fuera muy similar o que se complementaban entre sí con el objetivo de hacer más eficaz el trabajo. Al mismo tiempo, se suprimen los Consejos Pontificios y las Congregaciones para pasar a llamarse, todos ellos, Dicasterios.
5. Dicasterio al Servicio de la Caridad: Nace el nuevo Dicasterio para el Servicio de la Caridad (Limosna Apostólica), que “ejerce en cualquier parte del mundo la obra de asistencia y ayuda” hacia los necesitados en nombre del Papa.
6. Dicasterio para la Evangelización: La Constitución Apostólica crea, asimismo, un gran ‘ministerio’ para la Evangelización en el que se unifica la labor que hacen hoy la Congregación para la Evangelización de los Pueblos (Propaganda Fide) y el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización. Ambos se fusionan y pasan a ser el Dicasterio para la Evangelización, presidido directamente por el Papa.
7. Un gran “Ministerio de Cultura”: Por otro lado, la Constitución Apostólica fusiona también el Consejo Pontificio para la Cultura y la Congregación para la Educación Católica, que pasan a ser el Dicasterio para la Cultura y la Educación. Estará dividido en dos secciones: una dedicada a la promoción cultural y la animación pastoral; y la otra para desarrollar los principios de la educación en los centros de estudio católicos.
Francisco se apoya en el Concilio Vaticano II para reformar la Curia romana
La tan esperada reforma de la Curia Romana de Francisco aborda de frente las crisis a las que se enfrenta la Iglesia, utilizando el Concilio Vaticano II como hoja de ruta para recuperar la credibilidad de la Iglesia. Se podría argumentar que Francisco fue elegido para llevar a cabo esta reforma, dado que fue uno de los temas principales de las conversaciones preelectorales de los cardenales en 2013. Es sólo el quinto esfuerzo de este tipo para rehacer la Curia en los últimos 500 años. Los tres últimos se produjeron después del Concilio Vaticano II, con esfuerzos de Pablo VI en 1967 y de Juan Pablo II en 1988 que precedieron a la reforma del papa Francisco. Desde entonces, la Iglesia ha perdido credibilidad y ha sufrido una hemorragia de miembros en las naciones desarrolladas de Occidente, donde su dominio era más fuerte, y ahora experimenta una grave escasez de sacerdotes, dejando a algunos católicos sin acceso a los sacramentos hasta por un año.
Estas sombrías estadísticas no son nada nuevo: durante el papado de Juan Pablo II, de 1978 a 2005, la Iglesia católica experimentó un aumento del 40% de su población, pero el número total de sacerdotes en todo el mundo disminuyó ligeramente. A pesar de los esfuerzos bien financiados para promover las vocaciones, la población mundial de seminaristas ha seguido disminuyendo y la edad media de los sacerdotes ha seguido aumentando. La proporción entre sacerdotes y feligreses se ha vuelto cada vez más insostenible, con un sacerdote por cada 3.245 católicos en todo el mundo a partir de 2019. Las vocaciones en las órdenes religiosas femeninas han disminuido aún más en ese tiempo.
Mientras que la respuesta de Benedicto XVI, en particular a la crisis de los abusos, se orientó hacia la purificación de la Iglesia a través de un énfasis en la doctrina, la reforma del Papa Francisco ha cambiado significativamente el enfoque: La nueva constitución reconoce oficialmente al dicasterio de evangelización -la Congregación para la Evangelización de los Pueblos- como la oficina más importante del Vaticano, desplazando a la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esta última, fundada en 1542 como la Suprema Sagrada Congregación de la Inquisición Romana y Universal, ha tenido durante mucho tiempo el apodo de “La Suprema”. La nueva constitución para la Curia Romana, “Praedicate Evangelium” (“Predicar el Evangelio”), que finalmente se publicó el 19 de marzo tras nueve años de trabajo, reconoce que ante las crisis de abusos, vocaciones y credibilidad, el camino a seguir no es una Iglesia “más pequeña pero más pura”, sino una amplia evangelización, cuya hoja de ruta es el Vaticano II.
Liderazgo laico
A medida que los sacerdotes del mundo se reducen, los laicos -en particular las mujeres laicas- han dado un paso adelante para llenar los vacíos. Desde el Concilio Vaticano II, un sólido movimiento de catequistas laicos ha ayudado a la formación del laicado en América Latina; en algunas zonas, los laicos, incluidos los diáconos y las religiosas, dirigen regularmente los servicios de comunión (un rito sin consagrar la Eucaristía) si la gente no tiene acceso regular a los sacerdotes. Cada vez más, las mujeres laicas son nombradas para desempeñar funciones que antes ocupaban los sacerdotes, trabajando como administradoras parroquiales y vicarias de diócesis, e incluso siendo nombradas para puestos de alto rango en el Vaticano. El papa Francisco ha dado más pasos hacia el reconocimiento del papel vital que ya desempeñan las mujeres en las comunidades eclesiásticas, abriendo los ministerios instituidos de lector y acólito -antes reservados a los hombres que aspiran al sacerdocio- a las mujeres laicas y creando el nuevo ministerio laico oficial de catequista, en ambos casos el año pasado.
Con su nueva constitución para la Curia Romana, Francisco ha asegurado que la Iglesia del tercer milenio estará cada vez más dirigida por laicos. La constitución establece específicamente que la reforma de la Curia “debe prever la participación de los laicos, también en funciones de gobierno y responsabilidad” (Sec. 1, Art. 10) y dice que “cualquier fiel puede presidir un Departamento u Órgano, teniendo en cuenta su particular competencia, poder y gobierno o función” (Sec. 2, Art. 5). El Vaticano no ha aclarado exactamente qué funciones estarán abiertas a los laicos, pero los analistas han interpretado hasta ahora que los laicos pueden dirigir todas las oficinas del Vaticano, excepto algunas, como el Dicasterio para los Obispos y el Dicasterio para el Clero. En una rueda de prensa celebrada en el Vaticano el 21 de marzo, Gianfranco Ghirlanda, S.J., explicó los cambios, diciendo que el “poder de gobierno en la Iglesia no proviene del sacramento del Orden”, sino de la propia misión.
Se trata de un gran paso para una institución que durante siglos ha reservado el gobierno y la administración a los ordenados y que sólo gradualmente ha abierto ambos a los laicos, ya que deben estar tan bien capacitados, si no mejor, que los clérigos, sobre todo en cuestiones de finanzas y liderazgo. La constitución curial subraya que un laico no puede limitarse a estar bien cualificado para ocupar un puesto: Debe “distinguirse por su vida espiritual, su buena experiencia pastoral, su sobriedad de vida y su amor a los pobres, su espíritu de comunión y de servicio, su competencia en los asuntos que se le confían y su capacidad para discernir los signos de los tiempos” (Art. 7, Sec. 2). Es interesante que no se mencionen estos términos como requisitos para los sacerdotes, aunque el Papa ha dejado claro que esto es lo que espera también de los sacerdotes; el documento sí subraya que los sacerdotes deben salir de sus oficinas y participar en actividades pastorales siempre que sea posible (Sec. 3, Art. 6).
La constitución también hace hincapié en la sinodalidad, el modelo de liderazgo eclesiástico que defiende Francisco y que prevé una mayor colaboración entre los obispos y los laicos. La nueva constitución dice que la comunión a la que está llamada la Iglesia “da a la Iglesia el rostro de la sinodalidad; una Iglesia, es decir, de escucha mutua ‘en la que cada uno tiene algo que aprender’. El pueblo fiel, el Colegio de los Obispos, el Obispo de Roma: cada uno escucha a los demás, y todos escuchan al Espíritu Santo”. (Sec. 1, Art. 4). Es interesante ver que la constitución señala específicamente que una de las funciones del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida es “elaborar modelos de funciones de liderazgo para las mujeres en la Iglesia” (Sec. 5, Art. 131). Es decir, la expansión del liderazgo femenino continuará como una cuestión de misión.
El Concilio Vaticano II
El énfasis de la nueva constitución en el liderazgo de los laicos se entiende mejor en el contexto del Vaticano II, que reconoció a los laicos -como la gran mayoría del “pueblo de Dios”- como el recurso más poderoso de la Iglesia para la evangelización, dando testimonio de la fe en su vida diaria. La aplicación del Vaticano II ha sido un objetivo primordial del pontificado del Papa Francisco, especialmente después de que tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI intentaran ralentizar o detener el ritmo de su desarrollo en lo que Benedicto XVI llamó una “reforma de la reforma”. Esta constitución deja claro que los objetivos del Vaticano II son los objetivos de la Curia, y el Papa Francisco enmarca el documento en continuidad con las constituciones posteriores al Vaticano II que la precedieron (Sec. 1, Art. 3), pero con la mirada puesta en los desafíos contemporáneos que enfrenta la Iglesia.
Además del papel misionero de los laicos (Sec. 5, Art. 59), la nueva constitución coloca el lenguaje del Vaticano II directamente en las descripciones de la misión de varias oficinas importantes del Vaticano. Por ejemplo, la Constitución se inspira en el llamamiento del Vaticano II para que las órdenes religiosas crezcan “según el espíritu de los fundadores” (“Lumen Gentium”, nº 45). Esa llamada resultó transformadora para las órdenes que se dieron cuenta de que su trabajo habitual se había distanciado de la intención original de sus fundadores y provocó un discernimiento sobre cómo estaban llamadas a llevar a cabo la misión del fundador en la actualidad. La nueva constitución de la Curia deja claro que el Dicasterio (antes Congregación) para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica debe asegurar que las órdenes religiosas “progresen en el seguimiento de Cristo como propone el Evangelio, según el carisma propio nacido del espíritu del fundador y de las sanas tradiciones” para contribuir a la misión evangelizadora de la Iglesia en el mundo (Art. 123, Sec. 5).
Más sorprendente es la sección de la constitución sobre el Dicasterio (antes Congregación) para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, que se abre con una declaración de misión reveladora: “El Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos promueve la sagrada liturgia según la renovación emprendida por el Concilio Vaticano II” (Sec. 5, Art. 88). En un guiño al énfasis del Vaticano II en la “participación plena y activa” y a su objetivo de hacer la misa más comprensible en todas las culturas, la constitución dice que el dicasterio debe ayudar a las conferencias episcopales “a promover, con medios eficaces y adecuados, la acción pastoral litúrgica, especialmente en lo que se refiere a la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos y actos litúrgicos, para que los fieles puedan participar más activamente en ellos”. Además, “junto con las Conferencias Episcopales, fomenta la reflexión sobre posibles formas de liturgias inculturadas y acompaña su contextualización” (Sec. 5, Art. 89, énfasis añadido).
La visión del Papa Francisco sobre la evangelización
Dado que la nueva Constitución se centra en la evangelización como misión principal de la Iglesia, merece la pena examinar la visión de la evangelización que se expone en el documento. La finalidad de la evangelización es “que Cristo, luz de las naciones, sea conocido y testimoniado con palabras y con obras, y que su Cuerpo Místico, que es la Iglesia, sea edificado” (Art. 53, Sec. 3). La expresión “luz de las naciones” es un guiño al título en latín de la “Constitución Dogmática sobre la Iglesia” del Vaticano II, “Lumen Gentium”. La constitución divide el dicasterio de evangelización en dos secciones: una para las “cuestiones fundamentales de la evangelización en el mundo” y otra para la “primera evangelización”, es decir, el trabajo de la Iglesia en los lugares que considera “territorios de misión”.
Aboga por “estudios e intercambios de experiencias” para apoyar a las “Iglesias en el proceso de inculturación de la Buena Nueva de Jesucristo” y “presta especial atención a la piedad popular”, dos aspectos de la evangelización que han sido centrales en el pontificado de Francisco. Es interesante que la constitución no hace referencia a la captación de conversos ni al catolicismo como única religión verdadera, sino que prefiere el lenguaje del Vaticano II sobre el “cuerpo místico de Cristo” y encarga a la oficina de diálogo interreligioso “promover entre todos los hombres una verdadera búsqueda de Dios” (Art. 149, Sec. 5). Esta visión de la evangelización, más que del proselitismo, es propia de Francisco: Como escribió en el documento programático para su papado, “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”), “La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción” (nº 14).
Este modelo de evangelización sólo es posible en una Iglesia atractiva, es decir, creíble. Esta reforma de la Curia codifica las otras reformas de Francisco y apunta directamente a las crisis que han dañado la credibilidad de la Iglesia. Por ejemplo, hace que el Consejo Pontificio para la Protección de los Menores sea una parte permanente de la oficina de disciplina de la Iglesia (Art. 78, Sec. 5) y consolida las reformas financieras, los organismos de supervisión y las estructuras legales del pasado. Y, al hacer que el liderazgo de la Iglesia sea más cooperativo entre los obispos y los laicos, especialmente las mujeres laicas, puede hacer que la Iglesia sea más atractiva para aquellos desilusionados por la falta de equidad de género de la Iglesia.
(Extraído de Buena Voz Noticias)