Compartimos la homilía pronunciada por el Cardenal Pedro Barreto SJ en la Eucaristía por la Fiesta de San Ignacio de Loyola celebrada el 31 de julio en la Iglesia de San Pedro de Lima.

Celebramos hoy la Fiesta de Ignacio de Loyola, el “peregrino”, como le gustaba llamarse a sí mismo, y que, mediante un proceso lento, doloroso y esperanzador de discernimiento espiritual, purifica sus amores, aprende de sus heridas y acepta las consecuencias de vivir y servir “solo a Cristo y a su Esposa la Iglesia, bajo el Romano Pontífice”.

En este contexto ignaciano, queremos dar gracias a Dios porque, dentro de unos momentos, nuestros hermanos jesuitas Cristian Miranda Quiroz recibirá el Presbiterado y Julio Hurtado Pareja el Diaconado.

Cristian, junto a su hermana Karina, agradecen el testimonio de sus padres, Adán y Rosa, por su compromiso cristiano como miembros de la Parroquia de San Benito en San Juan de Lurigancho. Allí trabajaron junto a los Religiosos Benedictinos provenientes de la Abadía de Worth de Londres (Reino Unido). Y aquí está concelebrando con nosotros el Padre Alexander, uno de los Benedictinos que trabajó durante cuatro años en la Parroquia de San Benito en San Juan de Lurigancho. Gracias por su presencia Padre Alexander.

También agradecemos a las Religiosas del Servicio Social de la Inmaculada, en la persona de la Hna. Gledy Barrios que fue asesora del grupo Juvenil donde participaba Cristian. Su familia y la Parroquia San Benito pusieron las bases espirituales para que ahora, Cristian, al recibir el Orden del Presbiterado pueda reafirmar, como compañero de Jesús, su deseo de servir a los más pobres y descartados de la sociedad desde una comunidad apostólica para aportar al proceso sinodal que vive hoy la Iglesia universal con nuestro querido Papa Francisco.

A su vez, Julio y sus hermanos Juan Carlos, Joel, Jorge Luis, Yovani, Javier y Vanessa, viven el dolor por el reciente fallecimiento de su querida madre Esther. Un gesto de profunda espiritualidad que guardan como la mejor herencia es que estando en la Unidad de Cuidados Intensivos – UCI pidió que compraran unas galletas para entregar a los enfermos que estaban a su lado. Por eso puedo afirmar que Esther, en la presencia de Dios, participa de la alegría de la ordenación diaconal de su hijo Julio.

Agradecer a la Parroquia “la Virgen de Nazaret” de El Agustino donde conoció a varios jesuitas que lo acompañaron de cerca. Estudió en el Colegio Fe y Alegría N° 39 de Villa Hermosa – El Agustino.

Toda esa experiencia espiritual de la ternura y misericordia de Dios que ha recibido Julio, lo motive para vivir su compromiso de amar y servir como Jesús compartiendo su compasión con los pobres y necesitados.

La Palabra de Dios ilumina este acontecimiento eclesial en la fiesta de San Ignacio de Loyola.

En la primera lectura, en el libro del Deuteronomio nos dice: “Escoge la vida… Ama a Dios, escucha su voz, uniéndote a Él para que vivas…”

Es así que Ignacio “el peregrino”, se dejó llevar por las inspiraciones del Espíritu Santo y se puso en el camino del Señor al servicio de la Iglesia. Dice el Padre Jerónimo Nadal: “El maestro Ignacio encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina; con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba; y así era conducido con suavidad a donde no sabía. Aquel peregrino era un loco de amor por Jesucristo. Desde que Dios entró en su corazón comenzó a recorrer los caminos de Europa buscando el mejor modo de amar y servir. La pasión de su vida fue buscar y encontrar a Dios en todas las cosas”.

En la segunda lectura, San Pablo nos hace decir: “Doy gracias a Dios que me da la fuerza, a Cristo Jesús, nuestro Señor, por la confianza de llamarme al ministerio. Porque siendo yo en un comienzo un adversario, un perseguidor y un violento, Él me perdonó… y la gracia de nuestro Señor me invadió…”

Ignacio vivió un largo peregrinaje, es decir, un tiempo de caminar juntos con otros compañeros, en sinodalidad y de purificación interna de sus amores, heridas y compromisos, a través del discernimiento espiritual.

Sus amores: Ignacio se dedica con pasión a ser un auténtico caballero al servicio de un rey temporal; a “conquistar a la dama de sus sueños”. Motivado por conseguir los vanos honores del mundo, por los cuales fue capaz de realizar cualquier sacrificio. Durante el largo período de recuperación en su casa natal, en Loyola, lee la vida de los santos. Empieza a darse cuenta de la variedad de mociones que experimenta en su espíritu y la razón de fondo que están en ellas. La alegría profunda al identificarse con Jesús y de la alegría pasajera cuando piensa en los honores mundanos.

A partir de esta experiencia inédita en su vida, brota en Ignacio algo que marcará su vida y la de la Compañía de Jesús: el proceso de discernimiento espiritual, que es esencial para entender y avanzar hoy en el camino de una Iglesia sinodal con las tres características del seguimiento de Cristo: comunión, participación y misión.  

Sus heridas:  Ignacio, muy pequeño, vive la experiencia de la muerte de su madre. Vive en soledad. Siguiendo sus deseos y ansias humanas quiere darse totalmente en el servicio en defensa de su “señor” y así sufre la herida en su pierna el 20 de mayo de 1521 en defensa de Pamplona. Además de su herida física hay heridas psicológicas y afectivas en la vida de Ignacio: el ser el menor de trece hermanos; la inesperada herida de su pierna que interrumpe sus sueños de caballero mundano.

Desde su sufrimiento y dolor, Ignacio mantiene su decisión para aceptar una segunda operación a su pierna herida, bastante más dolorosa que la primera. Ignacio no renunció a sufrir con la esperanza de volver, en toda su plenitud, a su antigua vida mundana y placentera.  A pesar de su heroico esfuerzo no pudo evitar la cojera que le acompañará hasta el final de su vida.

El Padre García-Villoslada recoge la siguiente expresión: “Nació allá de una explosión de Pamplona” queriendo significar que, por efecto de la bombarda que le hirió en la pierna, “nació milagrosamente el nuevo Íñigo, el San Ignacio de la historia de la Iglesia” y el aporte siempre actual del discernimiento espiritual para caminar juntos, como Iglesia, Pueblo de Dios y elegir la vida nueva y abundante que nos ofrece Jesús.

La especial intercesión de la Virgen de la Strada (del camino) hace posible que Ignacio se encontrarse con Jesús, “Camino, Verdad y Vida”. Lo acoge, en su persona, despojándose de sí mismo, de sus propios deseos y ambiciones del mundo para “en todo amar y servir” al Señor y ponerse al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Sus consecuencias:  Las bombardas que Dios usó con Ignacio fueron distintas de las empleadas por el ejército francés.  Aquellas herían o mataban; las de Dios curan y dan vida.

Por eso, Ignacio se hace discípulo, oyente de la Palabra de Dios que es Jesús: aprende de sus fracasos, derrotas y heridas y se deja llevar por las inspiraciones del Espíritu Santo que casi siempre lo guiará por donde él no esperaba. Así, en su proceso de convalecencia, se convirtió en el hombre del discernimiento espiritual para descubrir la voluntad de Dios y cumplirla plenamente. Esta profundidad espiritual provenía de su deseo y capacidad de mirar, al modo de Jesús, al mundo entero en su diversidad y de comunicarse íntimamente con Dios, de escucharlo y dejándose llevar de su mano, como Dios lleva de su mano a un niño: “siempre creciendo en devoción, esto es, en facilidad de encontrar a Dios, y ahora más que en toda su vida” (Autobiografía, 99).

De esta forma, Ignacio, con su vida purificada y convertida, responde a la pregunta de Jesús: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?”

Ignacio, en sus últimos años, tuvo una salud delicada, con frecuentes dolores de estómago. Presentó su renuncia al generalato porque no se veía con fuerzas. Sus compañeros no aceptaron la renuncia. Siguió en el cargo, pero más debilitado. Se comentaba en la casa donde vivía que cuando había algún problema importante, Ignacio se reponía.

Murió el 31 de julio de 1556, en su sencilla habitación. El Padre Javier Polanco indica que, después de haber repetido varias veces durante la noche: “¡Ay, Dios!, dio el alma a su Criador y Señor, sin dificultad alguna”. “Pasó al modo común de este mundo”.

En conclusión, la actualidad de Ignacio en el hoy de la Iglesia es el aporte del discernimiento espiritual para ser eficaz el proceso sinodal que vivimos con el Papa Francisco para la reforma de la Iglesia, Pueblo de Dios. Caminamos juntos, anunciando la presencia de Jesús Resucitado que nos guía y fortalece por su Espíritu.

Cardenal Pedro Barreto Jimeno, SJ

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