Hace exactamente 500 años, Ignacio peregrinó a Jerusalén. Para este jubileo, un grupo de 36 personas de Alemania, Austria y Suiza peregrinaron a pie desde Haifa a Jerusalén del 14 al 21 de mayo. El P. Christian M. Rutishauser SJ, uno de los participantes, nos comparte lo vivido esos días.

Ignacio fue nuestro protector en la peregrinación: el alto al fuego entre la Yihad Islámica, que había disparado cientos de cohetes contra Israel desde la Franja de Gaza, e Israel, no se alcanzó hasta la noche antes de que voláramos a Tel Aviv. Y el último día, al llegar a Jerusalén, visitamos el Monte del Templo, con la mezquita de Al-Aksa y la Cúpula de la Roca. El lugar sagrado estaba tranquilo, a pesar de que sólo dos horas antes el ministro israelí de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, había visitado provocadoramente el lugar. Con motivo del “Día de Jerusalén”, que celebra la conquista de la ciudad y su unificación por Israel en la Guerra de los Seis Días, quería marcar la reivindicación del tercer lugar de peregrinación más importante del islam. Así pues, como en tiempos de Ignacio, la guerra y el conflicto están todavía hoy a la orden del día. Por eso, era aún más importante para nosotros peregrinar sin miedo en aras de la paz interior y exterior.

Ignacio, mirando hacia atrás en su vida, se describió a sí mismo como un peregrino, y con razón llamamos al informe de su vida espiritual “El relato del peregrino”. Estar en camino hacia un lugar santo se convirtió para él en una metáfora de vida. Pero en 1523, cuando partió de Manresa hacia Jerusalén, tenía la firme convicción de que no se limitaría a peregrinar y volver a casa. Más bien quería quedarse en Jerusalén el resto de su vida, ayudando allí a las almas y convirtiendo a los musulmanes. Precisamente por eso pasamos un primer día en Tel Aviv, visitando el centro de esta primera “ciudad hebrea”, y el asentamiento del siglo XIX de los devotos Pietistas. Este barrio está ahora cuidadosamente renovado, rodeado de rascacielos.

Nos preguntamos cuál es nuestra motivación para venir a Tierra Santa. Los cristianos de todos los siglos querían visitar los lugares santos, sumergirse en la historia de la salvación, estar cerca de Jesús o simplemente comprender mejor la Biblia. Pero los cruzados, por ejemplo, querían construir una comunidad en la tierra de la Biblia. Lo mismo hacen los sionistas modernos. Los cristianos evangélicos acuden hoy a esa tierra para acelerar la vuelta a casa del pueblo judío, el regreso de Cristo y el fin de los tiempos. En Haifa, que es contigua a Tel Aviv, recordamos por supuesto la llegada de Ignacio; pero también recordamos que desde allí la fe en Cristo se había extendido más allá del judaísmo, como está consignado en Hechos 10.

En el primer día real de peregrinación, pasamos por Lod, donde está enterrado San Jorge. Es el gran matador de dragones que vence al mal. Rezamos ante su tumba, porque toda peregrinación, al igual que un retiro, es un camino de conversión y purificación. El segundo día, subimos a los montes de Judea pasando por Emaús. Como todos los días, caminamos un rato en silencio, rezando salmos y celebrando la Eucaristía. Pero también mantuvimos conversaciones familiares y estuvimos atentos a la maravillosa creación con sus animales, sus flores y sus árboles. El tercer día, celebramos misa en Abu Gosh, donde se venera a María como Notre Dame del Arca de la Alianza. A mediodía, comimos con una familia palestina y escuchamos de Yasmin Barhoum cómo ella vive como musulmana. El diálogo con el Islam fue el tema de ese día y es central en nuestros tiempos. El cuarto día de peregrinación comenzó en Ein Kerem, donde María había visitado a Isabel. Allí, Jesús y Juan el Bautista ya se habían conocido en el vientre materno. Recordamos que, también en el Nuevo Testamento, la historia de la salvación comienza en una familia judía.

Cuando llegamos a Jerusalén, visitamos primero la Iglesia del Santo Sepulcro. El Gólgota y la tumba vacía son los lugares santos más importantes para nosotros como cristianos. Allí cantamos el Anima Christi tan querido para Ignacio. Pero también fuimos al Monte de los Olivos, donde el peregrino Ignacio deseaba desesperadamente ver por segunda vez las huellas del Cristo que asciende, tras darse cuenta de que no podría quedarse en Tierra Santa y tendría que volver a España. Nosotros, peregrinos del siglo XXI, también queríamos ser enviados al mundo por Cristo Resucitado. Porque Cristo Rey, exaltado a la diestra de Dios, enviando a sus discípulos al mundo, es el paradigma de la segunda semana de los Ejercicios Espirituales. Este es el corazón de la espiritualidad ignaciana. Más tarde, como bien se sabe, Ignacio se estableció en Roma con sus compañeros. Hoy en día, los jesuitas se ofrecen para ser enviados por el Papa como representantes de Cristo en la tierra. Pero la misión de Cristo Rey viene en definitiva de Jerusalén, del Monte de los Olivos.

(Con información de Jesuits Global