El ayacuchano Polinario Tanta Ramírez es sacerdote, danzante de tijeras y antropólogo. Ha indagado en las claves de la danza a través del documental “Danzak Pacha: la Revelación de la Chakana”. Su vida conjuga la fe cristiana y el misticismo andino.
Nota publicada en el suplemento Domingo del diario La República. Domingo 16 de febrero.
Texto: Raúl Mendoza / Fotografía: Omar Alva
Polinario Tanta conoció la danza de tijeras muy niño, en los pueblos de la provincia de Lucanas, Ayacucho, a donde iba acompañando a su padre. El aprendizaje del baile se dio de manera natural: le enseñaron familiares y amigos que conoció en aquellas festividades. A los 14 años se hizo danzante, fue bautizado con el nombre de Apo Tanta y grabó en su corazón el sonido del arpa, el violín y las tijeras. Eso no ha cambiado, aunque ahora sea sacerdote jesuita.
“Soy parte de una tradición muy arraigada en Ayacucho”, dice el padre Polinario en una sala del convento de San Pedro, en el centro de Lima. Hace casi treinta años hizo sus primeras presentaciones como danzak en Vilcashuamán y cuenta que, a comparación de antes, algunas cosas se han modificado. “Cuando empecé a bailar no había esas pruebas que se acercan al faquirismo. Había actos de valor y de magia distintos a los de ahora”, dice.
A lo largo de una década bailó en pueblos de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac, la llamada región Chanka, cuna del baile. Tuvo tardes en que fue el danzak más destacado de la celebración, el más celebrado, el que parecía más iluminado por la música. Conoció a grandes danzantes como Juan Díaz “Chino de Andamarca” –maestro que hoy forma a nuevas generaciones– y vivió de cerca los rituales y la espiritualidad panteísta que impulsan a todos los iniciados en el baile.
Hay alegría, pero también algo de pena en el recuerdo de esas épocas: “Todo eso quedó trunco porque muchos empezaron a migrar, incluidos los danzantes, por la situación de convulsión que se vivía en Ayacucho”, cuenta. Así se alejó de la danza y, guiado por otra fe, poco después se acercó a la orden jesuita. Tuvo que venir a Lima para vivir en congregación y estudiar en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya. Después se fue a estudiar Teología en la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, Colombia. Y dejó de bailar por muchos años.
Como parte de su formación, Polinario Tanta también hizo una maestría en antropología visual. Su trabajo final ha sido el documental “Danzak Pacha: La revelación de la Chakana” (2012), donde a través de una historia autobiográfica indaga sobre la presencia de la chakana, la cruz andina, en los símbolos que adornan el traje de los danzantes. “Quería ir a mi propia raíz, a mi propia experiencia. Es una reflexión sobre la cultura andina”. En el documental, vuelve a bailar.
Rebeldes, no diablos
¿Cómo se conjuga la fe cristiana con la imagen de ‘diablo’ que tiene un danzante? Con mirada de antropólogo, el padre Polinario señala que el danzak al bailar se hermana con la naturaleza, así como Francisco de Asís nos pide hermanarnos con la creación. También acepta que en algún momento, durante la evangelización española, esta manifestación cultural fue satanizada más por su resistencia cultural que por tener prácticas anticristianas: “Grupos que no querían someterse eran llamados diablos, paganos”. Pero no es así.
Una idea que también lo atrae es que cuando las huacas fueron destruidas por la imposición de una nueva cultura, los danzaks mantuvieron en ellos –en esa expresión mística y ritual, que es la danza de tijeras– la cultura que había sido avasallada.
En “Danzak Pacha…”, Polinario cuenta su propia historia y también documenta el encuentro de los danzantes que asisten a la fiesta de Andamarca, en la provincia de Lucanas. Allí muestra el bautizo a la manera andina de su nuevo traje de danzak y su encuentro, como invitado, con cuatro de los discípulos más notables de “Chino de Andamarca”: Apu Kara, Chirapaq, Infierno y Mala Hierba.
El día que conversamos con Polinario Tanta en Lima llevaba el sombrero de danzante en las manos, símbolo de una práctica con la que se ha vuelto a reencontrar. En la actualidad realiza labor pastoral en comunidades campesinas del Cusco. Cree en una vida después de esta y también, como decía Arguedas, en que el “danzak no muere”. Porque un danzante vive en sus discípulos y en la tradición que ha logrado mantener viva a través de los siglos.