El 2 de agosto, pocos días antes del triste aniversario del 6 de agosto de 1945, día en que “la bomba” golpeó a Hiroshima, el P. General Arturo Sosa SJ presidió la Eucaristía en la Fiesta de San Pedro Fabro, que se celebró en la capilla del Noviciado jesuita de Nagatsuka, a poco más de cuatro kilómetros del epicentro de la explosión. El noviciado se convirtió en aquellos momentos en un refugio para miles de heridos. El Padre Arrupe, superior y maestro de novicios, aprovechó sus estudios de medicina para tratar de aliviarlos a lo largo de días y noches interminables.

Esta visita del Superior General, al final de tres semanas de viaje por Asia, que lo llevaron a Corea, Macao, Hong Kong, Taiwán y finalmente a Japón, fue uno de los momentos culminantes de su inmersión en este último país. Al llegar a Tokio la víspera de la Fiesta de San Ignacio, el P. Sosa había celebrado al fundador de la Compañía de Jesús con sus hermanos jesuitas y sus allegados. Después de una serie de reuniones con varios grupos, viajó a Hiroshima especialmente para recordar al P. Pedro Arrupe, considerado a menudo como el “nuevo fundador” de la Compañía en el siglo XX, por el nuevo ímpetu que su elección como Superior General en 1965 dio a la orden fundada por San Ignacio y sus compañeros en el siglo XVI. La profundidad de su vida espiritual -de la que se habían beneficiado sus novicios de Nagatsuka- y su experiencia de la humanidad sufriente -especialmente en Hiroshima- le permitieron orientar decididamente a la Compañía de Jesús hacia un compromiso tan necesario en la época contemporánea, uniendo el servicio de la fe con la promoción de la justicia.

En Hiroshima, el P. Arturo Sosa dedicó su homilía al Padre Arrupe. Subrayó que aquel cuya beatificación está siendo estudiada por las autoridades vaticanas era un destacado misionero. Se despojó de sí mismo y distanció cuanto pudo de sus orígenes occidentales para poder tener acceso al mundo japonés y admirar las grandes cualidades humanas y espirituales de esta civilización aún poco conocida a mediados del siglo XX. A las fuerzas del mal, simbolizadas con especial fuerza por la guerra nuclear, opuso “energía apostólica”, término con el que él mismo hacía referencia al compromiso que había animado a tantos santos jesuitas desde el comienzo de la Compañía de Jesús.

El General no se limitó a hablar del pasado o de Pedro Arrupe. Subrayó que el legado del antiguo Superior General está vivo en la Compañía actual. También relacionó el ejemplo del P. Arrupe, su fe, su humildad en el servicio, su visión hacia adelante, con los desafíos actuales de la Compañía de Jesús, que busca vivir los próximos diez años bajo el espíritu de las Preferencias Apostólicas Universales, de las que el Padre Sosa se hace mensajero dondequiera que vaya.

Homilía del P. Arturo Sosa en Hiroshima

(Artículo publicado en el sitio web de la Curia General)